Presa de la coyuntura
Lo más lamentable de esta nueva Terminator es que esté involucrado James Cameron. Terminator: Destino Oculto (Terminator: Dark Fate, 2019) es una continuación directa de Terminator 2: Judgement Day (1991) y no tiene en cuenta las 3 películas que le siguieron a la secuela de la original (y en las que Cameron no participó). De todos modos, cuentan los que saben que como productor Cameron nunca pisó el set y que mientras la película se filmaba él seguía metido con las interminables continuaciones de Avatar (2009), su último juego de feria. El que le puso el cuerpo a la payasada fue Tim Miller, también director de Deadpool (2016). Y que haya sido elegido el director de una película de Marvel no es casualidad sino síntoma: Terminator: Destino Oculto comparte el pathos de ese tipo de cine. De hecho, Terminator (1984) es también algo responsable de instalar en el mainstream las largas escenas de acción que el cine de superhéroes vació de materialidad, complejidad y suspense. No podemos negar que en estas formas (con la acción como norte) hay una idea de cine -una idea que festejo- pero esta nueva Terminator, tal como la mayoría de los productos superheroicos, se queda sólo con la cáscara de aquel cine de acción a toda velocidad. En este caso, aunque algunas de las persecuciones fueron filmadas de verdad (o con la verdad física del cine), en general en la acción hay un acercamiento mayor a los ralentís de pantalla verde de Matrix (1999) que al cine físico de alto octanaje del que por momentos se nutre la Terminator original.
Presa de la coyuntura no sólo en lo formal sino también en lo ideológico, la película de Tim Miller trata de dejar contento al arco progresista más nabo de Hollywood; por eso el papel equivalente al de John Connor lo hace una chica, que además hace de mexicana (interpretada por la colombiana Natalia Reyes). No bastaba con el regreso de Sarah Connor (Linda Hamilton), la heroína de las -ya feministas pero sin pose- primeras Terminator, como tampoco bastaba con tener a dos chicas en los protagónicos: la pose es insaciable, va por todo, entonces la protectora de la chica proletaria y mexicana que llega del futuro también tenía que ser una mujer (Mackenzie Davis). Y el T-800 (Arnold Schwarzenegger) ya no es un terminador sino un viejito bueno de una zona casi rural que se hace cargo de una familia. Todo parece pasado por una picadora de huevos; nadie al que le produzca placer la película del 84 puede agradarle esta versión subnormal. Nuevamente se hace hincapié en la dicotomía destino escrito o libre albedrío, y de nuevo sobrevuela la crítica al uso de la tecnología por parte de las defensas nacionales. Más cáscara y humo. Nada más que algo de movimiento, y nada de la vitalidad y la brutalidad de la original ni del ritmo narrativo perfecto de su secuela.