Uno de los grandes placeres culposos de este año que brinda un par de carcajadas por su ridícula corrección moral, si bien no deja de representar una frustración más dentro de esta franquicia.
Terminator es una saga que hasta la fecha demostró una incapacidad absoluta en sus continuaciones para desarrollar un mínimo arco argumental en lugar de estancarse en el perpetuo borrón y cuenta nueva.
Nunca le encontraron la vuelta para continuar con guiones decentes las dos primeras obras de James Cameron que son los clásicos que valen la pena.
De todos modos, después de Dark Fate propuestas como Terminator 3, Salvation y la serie de Las crónicas de Sarah Connor quedan muy bien paradas.
El nuevo trabajo del director Tim Miller (Deadpool) se presenta como una continuación directa de la obra de 1991 e ignora todas las producciones estrenadas en los últimos años.
Si bien el concepto del reboot se volvió algo tedioso en esta franquicia, las presencias de Linda Hamilton y Arnold Schwarzenegger, sumada a la supuesta "producción de Cameron" despertaban una mínima expectativa.
Algo que enseguida se desmoronó con el lanzamiento del primer trailer.
La nueva propuesta comienza con un cachetazo innecesario a los fans de los filmes originales, donde Miller deja claro de entrada que esta producción apunta a un público diferente.
El desastre se desata desde la primera escena, cuando los tres inútiles que cobraron un sueldo como guionistas no tuvieron mejor idea que tirar a la basura toda la historia de las entregas previas, para construir una línea argumental diferente.
En otras palabras, hicieron la gran Rian Johnson (Star Wars: Episodio 8).
El pobre John Connor, que había atravesado un infierno en el capítulo anterior, en apenas 30 segundos ya no tiene más relevancia en la saga, debido a que la resistencia frente a las máquinas ahora encuentra otra figura de liderazgo impuesta por la irritante corrección política de Hollywood,
El problema con Dark Fate es que tiene la soberbia de ignorar a Skynet, la familia Connor y la mitología que se construyó en los dos primeros filmes, con el film de ofrecer una chapucera remake boba de Terminator 2.
Ni siquiera hace el menor esfuerzo de brindar algo diferente porque la trama es un refrito del film de 1991 con personajes diferentes.
La única novedad es que ahora el argumento reúne todos y cada uno de los clichés morales que tiene el nefasto Hollywood de la actualidad. Una característica que al menos ofrece un par de carcajadas.
La película de Miller abraza la causa feminista de la manera más torpe posible con estereotipos burdos del empoderamiento femenino que fueron construidos desde una mirada masculina.
Por consiguiente, el supuesto gran progresismo de este capítulo pasa por introducir más mujeres rudas que se comportan como hombres y patean con facilidad el trasero de sus oponentes.
Qué tiene que ver eso con el feminismo es un misterio. Una historia diferente hubiera sido si se exploraba la camaradería de los personajes principales con otra sensibilidad, pero esto es una película hueca de Miller y no se puede pedir demasiado.
Como no dejaron títere con cabeza en materia de clichés moralistas, la película también le otorga un protagonismo relevante a la comunidad latina.
Los hipsters sensibles que se desgarraron las vestiduras con el tratamiento de los narcos en Rambo: Last Blood acá finalmente encontrarán el México Plaza Sésamo que le reclamaban a Stallone.
Todos los personajes latinos son buenos y trabajadores y las comunidades de los barrios se retratan como la vecindad del Chavo. Faltó que incluyeran a la Chilindrina y Kiko y la hacían completa.
La escena en que las protagonistas se suben al famoso tren que transporta inmigrantes ilegales a Estados Unidos desde Honduras se retrata prácticamente como un viaje de placer.
Todo los indocumentados son soñadores pacíficos en busca de una oportunidad en el país del norte. Una fantasía grotesca que se contrapone a ese panorama aterrador que mostró el director Cary Fukunaga en esa gran película que fue Sin nombre.
Dark Fate nunca se recompone de la pifiada que se mandaron en la secuencia inicial y todo lo que sigue a continuación es bastante pobre.
El villano es un nuevo Terminator-Venom latino (ya que las máquinas también piensan en la diversidad) y encuentra el peor casting posible en Gabriel Luna, quien nunca consigue ser intimidante en el rol.
Linda Hamilton le pone un poco de onda al film como Sarah Connor, quien se convirtió en una caricatura al servicio del fan service, mientras que Arnold tiene momentos desopilantes con un Terminator vintage que entra en el terreno de la ridiculez.
Lo que hicieron con ese personaje no tiene sentido, pero es un tema para el campo de los spoilers. De todos modos, cabe destacar que el actor levanta muchísimo la película con su presencia que lamentablemente llega tarde.
La actriz Mackenzie Davis representa la única característica rescatable de esta producción. La historia de origen de la nueva cyborg es una de las pocas cosas interesantes que brinda el guión y ella se desempeña muy bien en ese rol.
Por el contrario, el papel de Natalia Reyes resulta una heroína chata que queda bastante desdibujada dentro del conflicto.
Más allá del desastroso reboot innecesario que propone esta entrega lo más decepcionante pasa por la realización del director Miller.
En materia de acción ofrece una película muy pobre con secuencias genéricas que no están a la altura de lo que debería ser una propuesta de Terminator.
Los efectos digitales horribles que ya se veían en el trailer nunca fueron corregidos y salvo por la persecución inicial en una autopista, el tratamiento de la acción es insulso y desapasionado.
Si a esto le sumamos que la trama encima es un refrito burdo del film de 1991 con nuevos protagonistas, cuesta entender la calificación de "la mejor continuación de la saga".
Terminator 3, de Jonathan Mostow, presentó personajes femeninos sólidos, una trama que respetaba los filmes originales y secuencias de acción completamente superiores que al menos aprovechaban mejor la presencia de Schwarzenegger.
A favor de este nuevo film se puede reconocer que al menos es entretenido y te hace reír por sus ridiculeces, sin embargo está lejos de representar la gran renovación creativa que plantean las críticas exageradas.
Para ver en Netflix un domingo lluvioso no está mal pero no dejar de ser otro exponente de la vergonzosa crisis creativa que atraviesa Hollywood.