La historia del robot redimido
Con el acento en la esencia pionera, el nuevo Terminator combina acción y consciencia social, con un canto de alarma.
Secuela de Terminator 2: El Juicio Final (1991), y con la venia del propio James Cameron en guión y producción, Terminator: Destino oculto retoma una línea argumental más acorde con la del film emblema, con Cameron como factótum en esplendor. A estas alturas, la película primera, de 1984, es un clásico. Lo es por reunir aspectos que la sitúan de manera casi mítica, capaz de releer ciencia ficción y cristianismo de modo sintético, en la forma de un bucle temporal que se asume como la historia inmanente a todas las historias. En este sentido, aquel film fue consecuente con la grandeza que Hollywood todavía guardaba en sus resquicios: desde el bajo presupuesto, en consonancia con la tradición de los géneros narrativos marginales, sencillo en la anécdota. Terminator fundó una mitología actualizada, de raigambre religiosa reconocible.
La secuela fue un paso más allá, profundizó en su reflexión, fue una apuesta tecnológica mayor. El terminator se volvió más sofisticado, y con él las ramificaciones temporales. Es en esa posibilidad múltiple donde viene a inscribirse la nueva entrega, ahora con dirección de Tim Miller (Deadpool). Lo hace con acuse de recibo del cine de estos días, no casualmente su director está emparentado con las películas de superhéroes. Ahora, el terminator en cuestión es doblemente peligroso, todavía más imbatible que aquél interpretado por Robert Patrick. Viene también del futuro y la historia sigue siendo la misma. Sólo algunas cosas han cambiado.
Es decir, si de lo que se trata es de volver a contar (o continuar) lo que Terminator había sido, se debía volver a las fuentes. De este modo, el santo y seña del reboot es posible. La operación no es novedosa. La que aparece como paradigma es la llevada a cabo por J. J. Abrams en Star Wars (y Star Trek). De lo que se trata es de volver a contar lo mismo, pero de modo espejado. Así, se cambian los lugares, se reserva alguna sorpresa disruptiva, y se acomodan las piezas a los nuevos tiempos. En la transición, lo que invariablemente aparece es la atención a un John Connor (líder de la resistencia futura contra las máquinas) maleable. Si Connor había sido la promesa, el sueño, para que la historia sea y se cumpla, ahora se trata de trastocarlo y buscarle sustituto.
Vista la situación disruptiva, Terminator debe volver a comenzar. Es decir, sin líder, sin hijo, sin ángel anunciador (o de profecía fallida), hay que buscar una actualización al mito. Por eso -y porque se trata, claro, de mover el filón de los '80 y traer a la vida a sus rostros de fama-, la combustión desesperada que la película promueve, con sus personajes que tratan de entender de qué manera podrán entonces volver a encontrar un sentido a sus vidas. Si todo lo que se había presagiado, vivido y sufrido, es ahora pasto del olvido, habrá que salir a encontrar explicaciones. En suma, volver a construir el mito.
Así, esta Terminator ofrece, si se quiere, un canto de alarma simbólico. Es un canto de alarma porque el mundo está al borde del colapso y parece no darse cuenta. Apenas a kilómetros de distancia, o frontera mediante, hay quienes viven de manera armoniosa a diferencia de otros, hacinados. La raigambre simbólica quizás esté quebrada. Sin referencia sígnica, sin sueños compartidos, es el tejido social el que está al borde de sí mismo. Tal vez también el cine. Allí por eso, la vuelta de los (viejos) héroes. Y heroínas.
Los rostros famosos son dos y están a la altura: Arnold Schwarzenegger y, fundamentalmente, Linda Hamilton. Es imperioso que la Hamilton vuelva. Sin ella, no habría posibilidad alguna, por más reboot terminator que se quiera. En ella, en Sarah Connor, se inscribe la posibilidad del renacimiento. Desde luego, el film llegará a Sarah y al Terminator más famoso de modo lateral, a través de otros personajes. Éstos, nuevos y sin experiencia, podrán venir del futuro o del presente, pero todos con una misma necesidad: articular lo que ha sido con lo que habrá de ser.
De este modo, Terminator: Destino oculto remoza lo ya hecho y le inscribe otra pátina: México es el territorio elegido. ¿O la tierra prometida? Porque lo que sucede al cruzar la frontera no promete demasiado en ningún sentido, sea para el lado estadounidense o para el mexicano. Una escisión que el film remarca y al hacerlo alude de modo político a los tiempos que corren. Más aún cuando la heroína elegida sea "mexicana" (si bien su actriz, Natalia Reyes, es colombiana; pastiche habitual de Hollywood). A la vez, el protagónico femenino que ésta y Sarah Connor exhiben se acentúa con la notable Mackenzie Davis, cuyo rol como nuevo ángel de la guarda contiene matices. Un ángel, eso sí, "mejorado", con nuevas capacidades de combate. La nueva Terminator es una película, si no feminista (no lo es), por lo menos atenta con el lugar social de la mujer. Linda Hamilton, la madre de todas.
Si hay ángel bueno, entonces también otro, y malo. La némesis mecánica que interpreta Gabriel Luna completa las réplicas que circundan la propuesta (y confronta a mujeres contra un robot seductor y misógino; además de lograr una "toma de consciencia" en el terminator de Schwarzenegger). De este modo, el film guarda una simetría compositiva que explica el vínculo con las películas precedentes (sólo las dos primeras, las demás nada tienen que ver con el asunto) y avanza hacia otro y nuevo tiempo. Esa nueva era que avizora es, desde ya, también cinematográfica. En esta manera actual de pensar el cine que Hollywood exhibe -y en la cual ha cobrado bríos renovados Cameron, también impulsor de la reciente, y notable, Battle Angel: La última guerrera- se inscribe Terminator. De manera consciente. Sin el talante artesanal de su director de origen, una película más confiada en las piruetas digitales que explotan las secuencias de acción, pero con el acento puesto en la esencia que destilaran aquellos films. Habrá que ver cómo sigue.