Un film digno que cumple con creces la promesa de su nombre.
Es muy difícil que una nueva Terminator, después de dos obras maestras, una digna tercera parte y dos cosas olvidables después, pueda conmovernos. Sin James Cameron –que por suerte aquí vuelve como productor ejecutivo, que es mucho más que poner el nombre–, la serie está a la deriva.
Aquí volvemos a lo básico, nada de futuros imposibles con Christian Bale ni buenos que se hacen malos con la chica de “Game of Thrones”: del futuro viene un nuevo súper robot, también una súper soldado, y aparecen Sarah Connor y el ahora viejo y muy humano T800 para salvar al objetivo, una chica. Y listo: perseguirse, tratar de llevarse lo mejor posible, intentar la destrucción de una máquina absoluta. La filma Tim Miller, que tiene en su haber la primera “Deadpool” y se le nota el manejo del humor a veces negro así como del movimiento constante.
¿Alcanza con esto para que valga la pena ir al cine? Hay algo más: Sarah Connor es un personaje extraordinario que sólo puede vivir en la pantalla. La vimos jovencita, la vimos más adulta. Ver ahora a Linda Hamilton como una señora mayor y de armas tomar –siempre fue una gran actriz física, pero sólo Cameron creyó, desde su primera película en 1982, que una mujer podía llevar adelante una gran aventura–, que regresa con gloria a la pantalla grande, sí llena un espacio en el universo cinéfilo. Lo hace en un film digno que cumple con creces la promesa de su nombre.