Desde 1991 que la saga Terminator no encuentra un buen rumbo. La vara puesta por su
creador James Cameron había quedado muy alta, y todas las secuelas y reboots que
vinieron en las dos décadas siguientes no estuvieron a la altura. Y la última película
(Terminator Genesis, 2015) fue muy mala.
Tras ese fracaso se hizo el nuevo anuncio: la vuelta de Cameron (como productor) y que
se trataría de una secuela directa de T2 obviando todo lo que se hizo después.
El resultado es una mezcla de entretenimiento bueno y un sinsentido tras otro.
Los primeros 20 minutos son espectaculares y con una revolución de VFX que ya da
miedo. Es decir, ya habíamos visto cosas así en películas de Marvel y en Star Wars,
pero aquí llega a otro nivel de perfección. Pero bueno, eso da para otro debate.
Luego se cae todo por culpa de un guión que padece de muchas inconsistencias, falta de
carisma en personajes nuevos, y humor sin razón de ser insertado en varias porciones.
Por momentos me dieron más ganas de ver una sitcom protagonizada por el T-800 Carl
que esta nueva entrega.
Es anticlimática en muchos momentos, que solo rescata Linda Hamilton.
La actriz salió de su retiro para volver a interpretar a Sarah Connor y aunque está
fantástica, en algunas escenas se la nota fuera de registro.
Y dentro de todas las nuevas incorporaciones, sin dudas la mejor es la de Mackenzie
Davis, quien le da un aire innovador a la franquicia.
El resto no está mal, pero me hace ruido y no puedo dejar de notar la muy forzada
corrección política en esta entrega.
El director Tim Miller logra mantener un ritmo entretenido y buenas secuencias de
acción al principio, luego el CGI queda demasiado en evidencia.
En definitiva, no es una mala película en sí misma, pero si una pobre entrada para la
saga, más si se tiene en cuenta que es una continuación directa de T2.
O sea, se deja ver en el cine, y si te bancás el humor desmedido no la vas a pasar mal.