Tres secuelas le siguieron a Terminator 2. Todas ellas intentando y -desgraciadamente- fallando en iniciar una nueva trilogía.
Si bien su principal interprete, Arnold Schwarzenegger, dijo presente en las mismas (ya sea de forma física o digital) entregando no más de lo que podía ofrecer su personaje, lo que se extrañaba y lo que se hizo evidente con cada fracaso de estas secuelas era la ausencia del verdadero padre de la criatura: el guionista y director James Cameron.
Lo que daba algún halo de esperanza en Terminator: Destino Oscuro era el hecho de que Cameron volvía para producir y meter mano en el argumento del guion, al igual que Linda Hamilton volviendo con el rol que ha marcado su carrera.
Todo eso naturalmente como excusa para, exactamente, iniciar una nueva trilogía.
Volver… con la frente cromeada
Se nota la mano de James Cameron en el guion en cuanto a que esta secuela retomó el verdadero tema de la franquicia: el valor de la vida humana, la idea de que la vida más insignificante tiene un peso decisivo en el futuro de la humanidad. Que ese honor recaiga en una joven de clase trabajadora en un rincón alejado de México no es solo una actualización del personaje de Sarah Connor en la película original de 1984, sino que es una sutil mojada de oreja a cierto mandatario norteamericano y su postura ante los inmigrantes mexicanos.
El hecho concreto es que se trata de una producción entretenida con personajes queribles, de los cuales te preocupa si les pasa algo. Se encuentra repleta de escenas de acción muy logradas, que no pocas veces ocultan un guiño en su concepto a las dos películas originales de las que Terminator: Destino Oculto pretende ser una secuela directa. Todo ello es posible a manos de un antagonista tan imparable que no da respiro, que está siempre un paso más adelante y mejor adaptado a los modismos de los seres humanos que sus predecesores.
Sin embargo, se notan las consecuencias de tener ocho guionistas (cinco para el argumento, tres para el guion) casi siempre en la forma de sobre explicaciones, emoción genuina que se deforma en melodrama, y unas escenas de acción -pasadas la segunda mitad de la película- que abusan de su bienvenida.
En el costado actoral, no hay nada sobre Arnold Schwarzenegger que sea muy distinto de lo que hayamos visto antes. Linda Hamilton y la Sarah Connor enloquecida de T2 dicen presente, probando por qué ella es la iteración más sólida que tiene el personaje. Esa paranoia, esa violencia y esa desconfianza inherentes al personaje burbujean bajo su expresión, pero también lo hacen la ternura y la compasión. Mackenzie Davis se prueba como una muy digna heroína de acción, dinámica en su manejo del cuerpo y decidida en sus expresiones. Una labor interpretativa realizada con mucha seguridad.
Pero no todos son rosas. Natalia Reyes, si bien entrega una labor prolija, no puede evitar pecar en algunas escenas de sobreactuar. Diego Boneta, su hermano de ficción, no tiene suficiente tiempo de brillar, como que está ahí para cantar y nada más.