La dignidad de un museo vivo
La quinta entrega de la saga es es una especie de parque temático de todas las anteriores.
Empecemos con un repaso general. Hay cinco Terminator. La primera es un clásico: la que inventó la trama de los viajes temporales para eliminar en el pasado lo que será demasiado peligroso en el futuro. La segunda es una de las mejores películas de ciencia ficción de la historia, con la introducción de un efecto especial que todavía perdura. La tercera es un bodrio. La cuarta -sin Arnold Schwarzenegger, pero con Christian Bale- hace lo imposible para mantenerse a la altura de la leyenda y casi lo logra. Y la quinta, la que acaba de estrenarse, es una especie de parque temático de todas las anteriores.
Eso significa que si uno vio las cuatro precedentes va a disfrutar más esta última que si las ignora, aunque es justo decir que el guion se toma el tiempo necesario como para explicarles a expertos y profanos de qué se trata la cosa, lo cual sin duda tiende a demorar la acción más de lo conveniente. Por supuesto, de lo que se trata es otra vez de lo mismo: cyborgs y humanos que viajan en el tiempo para arrancar de raíz los problemas que vendrán.
Es el año 2029 y John Connor está liderando con éxito la guerra contra Skynet, el laboratorio de inteligencia artificial que ha decidido eliminar a la humanidad para que sólo las máquinas reinen sobre la Tierra. Pero debido a que justo antes del ataque final de los humanos un cyborg es enviado a 1984, el líder de la resistencia se ve obligado a mandar a su mejor amigo y lugarteniente con la misión de salvar a su madre, Sarah Connor.
Las paradojas temporales abundan en Terminator, génesis, aunque ya no provocan ese estupor lógico que producían en la década de 1980, cuando además de la primera Terminator, dirigida por James Cameron, se estrenaban la maravillosa saga de Volver al futuro y El vengador del futuro, también con Schwarzenegger.
Lo que sí cambia es el concepto de cuáles son las consecuencias de alterar el tiempo, ahora sostenido por una física de los mundos paralelos, que hace incurrir a los personajes en diálogos científicos largos y prescindibles.
Por lejos lo mejor es el propio Schwarzenegger, como el viejo T 800, que tiene la triple carga de aportarle energía, humor y una pizca de ternura a la trama. No sólo se parodia a sí mismo, también se resigna a ser una especie de escolta de lujo para la pareja protagónica (a la que por cierto le falta la mitad de la tabla periódica para tener verdadera química).
La presencia de Schwarzenegger basta para que tantos los defectos como los efectos especiales queden en segundo plano y Terminator, génesis tenga la dignidad de ser un museo vivo de una de las mejores ideas que surgieron de Hollywood en la década de 1980.