“I’ll be back” (volveré), dijo a mediados de la década del ‘80 el Cyborg T-800 personificado por Arnold Schwarzenegger. Y lo hizo. Volvió tres veces más (contando esta) y desde entonces, si bien la historia se fue desdibujando un poco, la figura se hizo icónica e incluso sobrevivió a una cuarta entrega que no lo incluía más que por una aparición fugaz.
Año 2029. Skynet se salió con la suya, pero la resistencia, al mando de John Connor (Jason Clarke) está a punto de ganar la guerra contra las máquinas por lo cual el cerebro artificial decide usar el recurso secreto que conocemos todos: enviar un robot al año 1984 para que asesine a quien será la madre del líder libertador para que éste no nazca y la rebelión no se concrete. Llegamos a la famosa escena en la cual la máquina le pide la ropa a un trío de pibes medio drogones.
Hasta ahí “Terminator: Genesis” no hace otra cosa que mostrar la acción acaecida en la primera película, pero desde el ángulo del futuro. Para ello recurre a una recreación minuciosa de los primeros 10 minutos que hará la delicia de los fans. Aquí uno debe pararse de pie y aplaudir el logro de los técnicos en efectos especiales. Una verdadera barrera se ha superado al lograr reproducir digitalmente la cara (y sus movimientos) del actor austríaco sobre la de un doble, y así poder enfrentar al robot de los ‘80 contra el de esta época que está “viejo, pero no obsoleto”, según se dice. Es decir, tanto la llegada del primer T-800 como la del protector de Sarah, Reese (Jay Courtney) son interrumpidas por sendos robots bien conocidos en esta franquicia.
Es extraño lo que sucede después. Los guionistas Laeta Kalogridis y Patrick Lussier caen en una maraña de loops narrativos que van de 2029 a 1984, ya sea porque lo dicen los personajes o por montaje, van apareciendo 1973, 1997, 2014, etc, como eventos importantes para explicar la presencia de una Sarah Connor (Emilia Clarke), quien ya sabía de la llegada del terminator malo y se pone al hombro la supervivencia de todos. A diferencia de las anteriores, que situaban la acción siempre (o mayoritariamente) en el pasado (o sea en nuestro presente), el guion de “Terminator: Génesis” irá saltando temporalmente y rebotando en la línea de tiempo. Es extraño este enredo (traducido en acumulación de información) que termina por conspirar contra el sentido común a la hora de armar un producto de este tipo
Por otro lado, no es sano para una saga tener una secuela que no le aporte nada desde lo conceptual o filosófico que, en casos como este, ya estaba sólidamente instalado. Peor aún debe ser tratar de negar lo que pasó antes para abrirle la puerta a una nueva interpretación de los hechos de la historia. Convengamos que, como mínimo, es riesgoso. Vivimos una trilogía en la cual lo principal siempre fue salvar a John Connor, ahora la cosa pasa por otro eje.
Así, este producto está cargado de acción, efectos especiales y efectos de sonido que quitan el aliento. Hay varias secuencias de tremenda factura, como la de la destrucción del planeta o la de una persecución en helicóptero. Alan Taylor, director de la segunda parte de “Thor: El mundo oscuro” (2013), entrega entretenimiento puro, sí, pero que va en desmedro del núcleo principal: la belleza de una historia que se volvía cíclica y le daba verdadero sentido apocalíptico a los personajes. Y ya que estamos con ellos, parece mentira pero es el trabajo de Arnold el que salva a los otros. Jai Courtney como Reese elige la dureza y rigidez. Era un soldado es cierto, pero el original compuesto por Michael Biehn tenía una enorme dosis de humanidad, necesaria para justificar su enamoramiento de Sarah. Y respecto de ella, el casting de Emilia Clarke es insólito. No tiene ni la firmeza, ni la presencia, ni la convicción de Linda Hamilton. No hablemos de actuar porque sería cruel. Esta Sarah Connor parece salida de “Hannah Montana” (2009). Es muy linda, eso sí.
A poco más de 30 años del estreno de la original en nuestro país, y con un abismo gigantesco en materia de evolución tecnológica, una cosa queda clara: “Terminador” (James Cameron, 1984) es una obra maestra del género. Todo el universo que se pueda construir en materia de secuelas puede ser lógico de acuerdo a como se maneja la industria en Hollywood, pero de ahí a que esté artísticamente justificado hay otro abismo todavía más grande.
El atractivo comercial para una quinta entrega está claro: Arnold Schwarzenegger se calza el traje otra vez. Eso para los fans es como un bálsamo luego de “Terminator: La salvación” (McG, 2009) porque aquella buena realización instalaba un relanzamiento de la saga partiendo del futuro ya consumado, pero Schwarzenegger es Schwarzenegger, no.