El 2015 será recordado como el año de la nostalgia cinematográfica… y de la falta de personalidad. No es novedad que Hollywood está carente de ideas y debe recurrir a una infinidad de secuelas, remakes, adaptaciones y reboots varios para llenar sus arcas, pero eso no implica que los realizadores no puedan estampar su marca y estilo personal. “Mad Max: Furia en al Camino” (Mad Max: Fury Road, 2015) es un gran ejemplo de ello, “Terminator Génesis” (Terminator Genisys, 2015) es todo lo contrario.
Esta secuela con olor a reboot, o sea un nuevo comienzo para la saga futurista creada por James Cameron, quedó en manos del director Alan Taylor, responsable de “Thor: Un Mundo Oscuro” (Thor: The Dark World, 2013) y de algunos de los mejores episodios de “Game of Thrones”. Pero no le vamos a echar toda la culpa al tipo, los guionistas Laeta Kalogridis y Patrick Lussier también tienen sus dosis de responsabilidad por este mamarracho que ya nos spoilearon casi completamente desde los avances.
Esta nueva entrega de “Terminator” no funciona, ni desde la historia (bastante incongruente), ni desde sus personajes, y sólo nos deja un poco de entretenimiento pochoclero cargado de explosiones, peleas robóticas y un montón de efectos especiales que más que deslumbrar, encandilan.
Al igual que “Jurassic World” (2015), “Génesis” se agarra con uñas y dientes a sus predecesoras, recalcándonos a cada segundo -con cada frase y cada momento icónico- de dónde viene, pero sin dirigirse a ninguna parte. La trama termina pareciendo una excusa para que Arnold Schwarzenegger, ahora un T-800 que envejece (¿?), vuelva a calzarse las ropas de cuero y entrar en combate con cuanto androide se le cruce por el camino. Por lo demás, ya nada importa, ni la historia de Sarah Connor (Emilia Clarke), ni la de su hijo, ni el pobre Kyle Reese (Jai Courtney) que viaja al pasado con una misión que ya no tiene necesidad de cumplir.
Estamos en el año 2029, la vida para los seres humanos es un desastre porque Skynet tiene el control total, pero los rebeldes, con John Connor (Jason Clarke) a la cabeza, le siguen dando pelea minuto a minuto. Es este líder indiscutido el que tiene la posta sobre los verdaderos acontecimientos (del pasado, presente y futuro) gracias a las enseñanzas que le dejó su madre, y sabe cuando dar el golpe de gracia. La resistencia logra encontrar la “máquina del tiempo”, aunque ya es demasiado tarde y Skynet consiguió mandar a su primer T-800 al pasado para matar a Sarah Connor.
Ya sabemos que la mano derecha de John, Kyle, es el voluntario que irá en su rescate sin saber cual es el papel fundamental que juega en esta historia, pero todo cambia cuando llega a Los Ángeles de 1984 donde lo espera una realidad muy, muy diferente a la que le plantearon.
Acá es cuando se empiezan a enredar las cosas. Reese es el que termina siendo rescatado de las garras de un T-1000 (sí, el robotito líquido mimético) por la mismísima Sarah y su guardián, un T-800 con el tejido cutáneo envejecido que la supo salvar y cuidar desde que era una nena. Todo esto ocurre apenas empezada la película y ni siquiera llegamos al meollo del asunto que, acá, no vamos a divulgar ya que los realizadores se encargan de explicarlo y sobre explicarlo todo por demás, como si fuera tan complicado de entenderlo.
En dos horas de película nos pasean por una infinidad de líneas temporales, personajes que desaparecen y nunca más volvemos a ver, otros que apenitas hacen acto de presencia, una infinidad de peleas cuerpo a cuerpo que parecen no tener fin, destrucciones, explosiones, persecuciones y todos los truquitos que se les ocurran para mantenernos sentados en la butaca y no querer salir corriendo por el desastre argumental que se nos plantea desde la pantalla.
Ninguno de los personajes está a la altura de los films originales, esos salidos de la cabecita y la mano experta de Cameron que sí sabe como delinear una gran heroína, un buen villano o un héroe que es capaz de dar hasta el último aliento por alguien que jamás ha visto en su vida. Todos carecen de gracia y carisma, y Arnie hace lo que puede con un protagónico que ya no le calza como hace treinta años. El humor forzado no funciona, no hay química y mucho menos sentido. Algunas cosas, simplemente, hay que dejarlas en el pasado.