Hasta nunca, baby
"Soy viejo, no obsoleto” es el nuevo latiguillo de Arnold Schwarzenegger, que a los 67 años vuelve a representar al T-800 que lo hizo famoso. Después del fiasco que resultó la cuarta Terminator, con Christian Bale como John Connor, este quinto capítulo, bajo una excusa argumental, rescata al personaje de Schwarzenegger como pivote del film. Una paradoja temporal envió al T-800 más atrás en el tiempo, a cuando Sarah Connor tenía 9 años; este Terminator es un protector de Sarah y ambos liquidan al icónico Arnold desnudo antes de que descuartice al trío punk por un puñado de ropa.
Es interesante que, tecnología mediante, el director Alan Taylor recree aquella escena del primer film, así como el instante tan mentado, pero nunca interpretado, en que John Connor (Jason Clarke) envía a Kyle Reese (Jai Courtney) para proteger a Sarah (Emilia Clarke), y que es algo así como los 10 mandamientos de la saga. Así y todo, con Arnold armado hasta los dientes, hay baches argumentales imposibles de salvar.
En primera instancia, Taylor altera groseramente la historia a cambio de poco o nada. El héroe vuelve a ser el T-800, a quien Sarah llama cariñosamente Pops, pero para que “Pops” gravite en primer plano John Connor, en un punto de la película, es vampirizado por Skynet, operando a través de un ultra moderno T-5000 (Matt Smith), y se convierte en un híbrido villano que será la némesis del T-800. El nuevo tablero permite una acción ciclópea, de camiones volando por el aire y helicópteros cayendo al agua, así como un Arnold más paródico que en Twins, pero, argumentalmente, el film hace agua. Los personajes pierden en la piel de los actores y Arnold no es el mismo de 1984, cuando era el pesista más famoso del mundo: hoy carga el muerto de la peor gobernación de California.
Cuando James Cameron abandonó la dirección de la saga, sucesivas producciones apostaron a la permanencia del carismático Arnold en vez de tentar a un gran director. La abortada serie The Sarah Connor Chronicles demostró que el éxito no depende de Arnold. El éxito artístico, claro. Pero este quedó marginado a la ópera prima, tecno-futurista, cada vez más realista con el paso del tiempo, mientras su saga quedó cautiva de los carteles de marketing y vendedores de pochoclo.