Otra vez el cine catástrofe
El mayor atractivo de este nuevo producto “rompan todo” digital es Dwayne “The Rock” Johnson, héroe exclusivo y todo terreno de una película que vuelve sobre tópicos bien conocidos y transitados, pero sin siquiera un atisbo de humor o autoconciencia.
Antes del inicio de la proyección de prensa de Terremoto: La falla de San Andrés, un video de quince segundos trajo un mensaje de Dwayne Johnson para augurarles a periodistas y críticos el disfrute de la función especial. Esas palabras son un guiño canchero, pero también la oficialización de lo que en la previa era una sensación: el actor con bíceps tamaño IMAX es uno de los atractivos de un film que se ha hecho antes (desde los ‘70 hasta toda la filmografía de Roland Emmerich) y mejor. Claro que si Terremoto se hace cargo de la condición de estrella del ex luchador brindándole todas las herramientas posibles para su lucimiento, el segundo punto de interés se diluye debido al carácter bombástico de la parafernalia audiovisual que impera en la pantalla. Así, la pertenencia del film al paradigma audiovisual pos 11S, imperado por la vampirización de las imágenes de aquel día y el posterior quiebre de la iconografía del cine catástrofe mediante la irrupción de cuerpos empolvados huyendo por calles plenas de escombros, es un detalle inmerecidamente secundario, casi casual.Johnson encarna aquí a Ray, enésimo servidor público orgullosísimo de serlo en la historia de Hollywood, un tipo divorciado, solitario, devoto de su hija y siempre listo para someter su fuerza de Transformer a los operativos del equipo de rescate que preside. Y qué fuerza: la primera secuencia concluye con él solito arrancando la puerta de un auto encastrado en un risco justo antes de su caída al vacío. Corte a un profesor y especialista en terremotos (Paul Giamatti, genial como siempre) alertando a sus alumnos acerca del atraso en la reubicación de la placa tectónica sobre la que se erige California, escena que marca, a su vez, que ese personaje encarnará la voz científica y expositiva encargada de desentrañar la lógica de los sucesos a la platea. Un sismo en una zona inédita completa el combo que preludia el desastre y, claro está, la puesta en movimiento de Ray. Movimiento enteramente motorizado, ya que se trata de un auténtico grandmaster del volante que durante el metraje manejará helicópteros, autos, aviones y lanchas.Su vocación de servicio encuentra el límite cuando descubra que la nena (Alexandra Daddario, la amante de Woody Harrelson en True Detective) está en peligro. Así, como si no supiera qué es una cadena de mando ni mucho menos un acto de subordinación, el ex The Rock no duda en rumbear sus músculos hacia San Francisco no sin antes rescatar de un rascacielos de Los Angeles a su ex (Carla Cugino), excusa más que ideal para incluir con fórceps una vertiente humanista encarnada en una charla pendiente a raíz de la muerte de la hija menor. Los pases de factura del ex matrimonio, todos plagados de lugares comunes, puntean el tono de un relato poco dispuesto a asumir la vacuidad de su premisa. A diferencia del goce festivo de Roland Emmerich (El día después de mañana, 2012) o las grasadas irresponsables de Michael Bay (toda la saga Transformers), el director Brad Peyton (el mismo de la aceptable Viaje 2: La isla misteriosa) no concibe a la comedia ni mucho menos a la autoconciencia como potenciales medios para encauzar el desarrollo de una propuesta gastada, convirtiendo a su apocalipsis en dos horas de destrucción digital, pesadumbre y gravedad. Y contra eso no hay remedio: Dwayne Johnson tendrá carisma y porte, pero no hace magia. O al menos no todavía.