No es por nada pero, más allá de mencionar que el protagonista de esta producción es rescatista, experto, musculoso, determinado, fuerte, bombero, padre divorciado con una hija preciosa, y una esposa algo insegura, inteligente y… y… determinado. Y fuerte y rescatista y musculoso: ¿Cuál se imagina que es la historia de una película llamada “Terremoto: La falla de San Andrés”?
Aparentemente, luego de”Titanic” (James Cameron, 1997), ningún guionista parece poder salir de la idea de que el eje dramático del cine catástrofe tiene que sí o sí ser una historia de amor, o una de familia que aprende a fuerza de tornados, tsunamis, o accidentes aéreos, que divorciarse o separarse está muy, pero muy mal, y que la unión hace la fuerza. “El día después de mañana” (2004) y “2012” (2009) ambas de Roland Emmerich, “Lo imposible” (J.A. Bayona, 2013), o “!En la tormenta” (Steven Quale, 2014), por mencionar algunos casos, y mencionamos “Titanic” como el ejemplo contundente de poder contar una buena historia a millones de personas que antes de sentarse en la butaca sabían exactamente como terminaba. La única excepción, de las bien realizadas, amagaba durante casi dos horas a ser cine catástrofe, pero mantenía en vilo al espectador con prácticamente un par de personajes y un tren sin control porque, en efecto, en “Imparable” (Tony Scott, 2010) no había historias de amor ni de familia.
Total, que la introducción es digna del mejor Spielberg. Una mujer va manejando su auto en una ruta al borde del precipicio mientras habla por celular, se distrae… un accidente esperando a suceder, y sin embargo todas estas imprudencias salen impunes. Pero viene la presentación del monstruo, el “villano” de turno. La descuidada nadadora de “Tiburón” (1975) era tomada por sorpresa por donde menos se esperaba (ella, no nosotros), y así ocurre en esta producción. La naturaleza semi-dormida le chanta cincuenta rocas al auto y este va dando tumbos hasta quedar en la posición más insólita de la historia del cine. A partir de ese momento, lo mejor que le puede suceder, como en todas las producciones mencionadas anteriormente, es no tomarse absolutamente nada en serio. Pero nada ¿eh?
Esa será la única manera de gozar en 3D de la verdadera estrella de éste espectáculo: los efectos especiales. Desde el desprendimiento de una represa a un tsunami que da vuelta un barco y se lleva puesto el puente colgante de San Francisco, todo en “Terremoto: La falla de San Andrés” es deslumbrante. Hay que ser un poco snob para no dejarse sorprender por la evolución de la tecnología, de la misma manera que hay que ser ingenuo para creer algunas líneas de diálogo o determinadas situaciones (como la del dueño de una corporación de la industria de la arquitectura y construcción). Justo en el medio de estas dos combinaciones (tecnología / guión) está la clave para quedarse o levantarse y abandonar la sala.
Un detalle a tener en cuenta respecto del guión, tiene que ver con el casting: Dwayne Johnson está intentando que le pase algo en la cara en las escenas dramáticas, pero no se mueve. Está ahí, estática como rulo de estatua. Tiene que llorar, pero las lágrimas, si están, no parecen poder atravesar la gruesa osamenta. Alexandra Daddario (Anna en la saga de Percy Jackson 2010-2013) es preciosa, senos divinas, ojos de cielo y muestra algunas pinceladas interesantes. Quiere llorar y compungirse, pero las lágrimas, si están, no parecen poder atravesar la tonelada de belleza. Carla Guggino (que ya no sabe qué contrato agarrar) está bien buscada respecto del parecido con su hija. Es eso. La presencia del desconocido Hugo Johnstone-Burt (alguien le pintó los dientes de blanco cuando dormía) es inexplicable. No por sus cualidades actorales, sino por su impronta de señorito inglés. Su personaje de futuro enamorado de la hija, tiene un hermano interpretado por Art Parkinson. Este chico va a andar muy bien sino se deja obnubilar por los ceros de su cheque. Es lejos el mejor actor de esta producción en la que, nuevamente, el guión no logra empatar la plata del nivel de producción. Entretenida y efímera.