La seriedad como rasgo principal de la catástrofe.
El cine catástrofe siempre se las ingenia para aparecer en la escena blockbuster: el año pasado el director Paul W.S. Anderson en Pompeya había hecho un menjunje entre película de corte péplum y película de “volcán que arrasa con todo”. Terremoto: La Falla de San Andrés es mucho más directa y menos enrevesada que la de Anderson, lo que no define una cualidad necesariamente. Hay un correlato que busca inyectarle cierta base científica: aquí Paul Giamatti es un profesor experto en terremotos que trabaja para el famoso CalTech; su invento para predecir movimientos de placas tectónicas tiene una simultaneidad con los movimientos de La Falla de San Andrés, capaces de destruir toda California, de norte a sur.
La justificación de mostrar un terremoto a gran escala e inédito -que no resiste ningún archivo- parece siempre surgir como un mal necesario. Esa excusa pasa por la trama familiar que se teje automáticamente para legitimar la destrucción general. Claro que los géneros brindan la comodidad tanto en la producción como en el reconocimiento pero no hay escape narrativo para el cine catástrofe -al parecer- más que el de marcar la antítesis del desastre desde el rearmado de relaciones entre parejas, familias, amigos, etc. en un contexto de desunión forzada. Terremoto… se ocupa, como si fuera poco, de ser el alumno modelo del género. Todo se resume en los reposos de las situaciones extraordinarias, donde se despachan y se purgan las culpas para reencausar el ordenamiento de las vidas, aquí de los personajes de Dwayne “The Rock” Johnson y Carla Gugino, quienes interpretan a una pareja separada pero unida por la fuerza paterna de rescatar a la hija adolescente de ambos (Alexandra Daddario), perdida en el epicentro del terremoto. El director Brad Peyton parece ser consciente de muchos de los condicionamientos para purgar sus verdaderas intenciones, aunque se las arregla para nutrir a las secuencias de mayor adrenalina con capas de tensión que tienen un ritmo preciso para entrar en la atmósfera de la historia, casi cronometradas, lo que representa el único punto fuerte de la película.
Así como Volcano -por mencionar otra película que presentaba un desastre en California- se reía de sí misma con situaciones risibles, inverosímiles y vergonzantes incluso para el Roger Corman más indulgente, acá Terremoto frunce el entrecejo y se zambulle en el drama sin importarle demasiado abordar un costado cómico, pero no desde one liners sino desde las situaciones, las que de por sí se ubican en el amable territorio de la clase B. Así es que el CGI como mantra visual se impone en la creación de extras digitales, espacios físicos y fondos en los escenarios “naturales”. Tan solo el cameo de Kylie Minogue -en tono ultrabitch- da lugar para una carcajada fuerte, que se enlista a salir en muchos otros momentos de la película pero que, por su tratamiento exageradamente serio, se anula por completo.