Antes que nada, una nota de descargo: ¿realmente esperan una película sesuda de la mezcla entre una catástrofe natural y Dwayne 'La Roca' Johnson en la misma pantalla? ¿Hace falta que una reseña los convenza de comprar la entrada, si no lo han hecho desde el momento que vieron el primer avance? La verdad es que no, pero San Andreas se merece un voto de confianza para todo aquel que no tenga en cuenta verla en una sala de cine a rebosar de espectadores, curiosos por ver cómo los norteamericanos una vez más destruyen todo a su paso de manera espectacular.
El concepto catastrófico que presenta el film de Brad Peyton -con el cual Johnson ya trabajó en Journey 2 y volverá a trabajar en su secuela- no es nada novedoso y es mucho menos solemne que las destrucciones masivas que presenta cada tanto Roland Emmerich. Su hermano Toby acá actúa como productor ejecutivo, pero no pasa de ahí el asunto. Lo que distingue a San Andreas es que sabe qué tipo de propuesta es, y si bien mantiene un nivel de dignidad ridícula -con diálogos pomposos y ejecución acorde- el regusto que deja luego de terminada es más distendido y agradable que otras compañeras de género.
Johnson es, obviamente, el héroe cuyo nido familiar ya fracturado por una tragedia pasada vuelve a encontrarse vulnerado, y es su misión volver a unirlos. En el camino hay un par de personajes secundarios, algunos odiosos, otros agradables y otros diseñados específicamente para exponer el costado científico del vibrante asunto que azota a California. Todos los tópicos son tocados, pero con ligeros cambios en el guión que demuestran que la fórmula puede que no esté del todo agotada. Firmada por Carlton Cuse -Lost, Bates Motel- la historia de San Andreas es una constante situación de peligro tras otra, que Johnson y compañía van sorteando poco a poco. Como si fuese un videojuego, cada nivel es más caótico que el anterior y las escenas de destrucción masiva aumentan la apuesta conforme pasan los minutos. Lo interesante es ver cómo ciertos estereotipos se ven modificados y los personajes no quedan como si fuesen de cartón corrugado, unidimensionales.
El pilar que ejerce la presencia de un hombre rudo y servicial se transmite por ósmosis a las mujeres de la familia, y tanto la madre interpretada por Carla Gugino como la hija adolescente de Alexandra Daddario no se limitan a ser damiselas en peligro sino que tienen recursos, ases bajo la manga que han aprendido del oficio de su ex-marido y su padre respectivamente. Sí, desde el guión hay momentos en los que requieren ayuda externa, pero se valen mayormente de sí mismas para salir de situaciones peliagudas o ayudar, y eso es un punto extra que se lleva la película. Hay un gran elenco de por medio y todos hacen un estupendo trabajo creyéndose que la situación es realmente verídica. Paul Giamatti es el científico al que nadie le cree hasta que desgraciadamente todo resulta cierto, y es encargado de soltar las líneas más bruscas y llenas de humor sarcástico. Ioan Grufudd es deliciosamente siniestro como el hombre que se toma muy en serio lo de sobrevivir a toda costa, y hasta Kylie Minogue se da el lujo de aparecer en un puñado de escenas antes de hacer su salida dramática.
El otro protagonista excluyente son los efectos especiales, que incluso con el agregado del 3D no dejan de ser impresionantes. Ellos son el aliciente perfecto luego de The Rock para entrar a la sala, y no decepcionan en ningún momento. Temblores, edificios desmoronándose, incendios, transatlánticos y barcos cargueros bamboleándose de un lado a otro, olas gigantes, todo está absolutamente bien pensado para ser un espectáculo. Díganme si no hay nada mejor en este mundo que ese efecto en donde la tierra ondula cual hoja de papel y procede a irse al garete en cuestión de segundos. El cine catástrofe es así, cuando te da, te da con fuerza.
San Andreas no modifica para nada el panorama del género, pero es una nueva y lúdica adición al sinfín de propuestas pochocleras que sobran en este 2015 cargado de adrenalina. La Roca versus el terremoto, ¿se puede pedir algo más?