Lo primero es la familia
Terremoto: la falla de San Andrés contiene un dato del que no se hace cargo, pero que no deja de ser atractivo: Ray, el rescatista que interpreta Dwayne Johnson, viaja en helicóptero hacia el episodio del desastre, donde se ha producido un terremoto tremendo, pero en el camino descubre que su ex esposa y su hija están en problemas. Por eso, decide ir a rescatarlas, abandonando su responsabilidad principal y preocupándose por los suyos. Es decir, no entiendo mucho de lo que implica legalmente ser rescatista (si tienen algún tipo de juramento como los médicos), pero no hace falta ser una luz para darse cuenta que el tipo está usando un instrumento que le pertenece al Estado (ese helicóptero) para salvar a su familia. Es decir, el fulano es un irresponsable de campeonato, un individualista absoluto que se caga en su deber y se mira el ombligo. Estoy seguro que las intenciones del film van por otro lado, que esto es totalmente casual y que es una línea que la película no explota. Pero no deja de ser interesante este grado de insensatez clase B con un héroe que no es tan heroico, por cierto. Y lo bueno es que la película no se da cuenta de eso, o se hace directamente la tonta.
Otro detalle del film de Brad Peyton es que, acostumbrados a como estamos a tantas películas catástrofe (y catastróficas), acá no aparece ningún alcalde, presidente o dueño del mundo libre que venga a salvarnos. Apenas la palabra precisa la aporta la ciencia (en la piel de un sobresaltado Paul Giamatti) y lo que nos rescata, al fin de cuentas, es la familia: por eso, el pequeño villano que contiene el film (tan pequeño que podría no estar y la película funcionaría igual; otra irresponsabilidad, en este caso del guión) es alguien que no tuvo hijos porque se dedicó a construir edificios (?). Terremoto: la falla de San Andrés mantiene de aquellas viejas películas sobre destrucciones el núcleo vincular y se olvida de lo contextual-político, algo de gravedad que vino adosado en esa reformulación del subgénero en los 90’s, con los discursos patrioteros que remedaban la experiencia audiovisual de la guerra del Golfo y la novedad de la tecnología como modo de acercar el mundo: y veíamos cómo el desastre repercutía en Francia, Inglaterra, y en un país polvoriento de Africa donde muchos negros se juntaban alrededor de una tele ochentosa.
En Terremoto: la falla de San Andrés, por el contrario, el cuento se circunscribe al grupo familiar del protagonista, y a dos o tres personajes recurrentes que sirven para airear el film. Por eso, también, el desastre es algo tan local como la falla de San Andrés, un fenómeno excluyentemente norteamericano. Ante esto, la película de Peyton luce sintética, achicada y compacta en su estructura (la presentación de personajes es explícita en esto): hay unas cuantas secuencias de destrucción muy bien pensadas, alguna sobresaliente como la del bote intentando superar la ola de un maremoto, pero en lo básico no se nota un estiramiento, una repetición forzosa con finales múltiples y agotadores. Cada secuencia tiene su coherencia dentro del conjunto, y dispara nuevos inconvenientes para los protagonistas.
Claro que Terremoto: la falla de San Andrés es una de esas películas que ofrece lo que promete, y no mucho más. En todo caso es un problema del subgénero, que en algún momento (los 50’s y los 70’s) era un vehículo para exorcizar los miedos de la sociedad y que ahora es sólo una forma para explotar las posibilidades de la técnica en el cine. El CGI crea esas imágenes imposibles y lo que hay que tener, en todo caso, es criterio para no atragantarse con el recurso. Sin ser un Cameron, un Spielberg o un Zemeckis, Peyton demuestra que sabe dominar la tecnología, que la misma no se come su película sino que es funcional al relato. Usted dirá que es un talento menor; pero no lo es tanto: si no fíjese el desastre que es capaz de hacer un tipo como Michael Bay con la misma tecnología y cantidad de dinero. Peyton es alguien hábil con la cámara, que sabe desde donde encuadrar para que el desastre tenga la perspectiva adecuada sin perder de lado el elemento humano. Y hay imágenes realmente impactantes y espeluznantes. En Terremoto: la falla de San Andrés todo se entiende y sin llegar a la distancia irónica de tanto canchero que no confía en lo que está contando, se incluyen momentos de humor que funcionan a partir de lo hiperbólico del asunto.
Como decíamos, no es más de lo esperable y ese es un límite del subgénero. Pero en todo caso, una película que con su cuota de irresponsabilidad (y el infaltable patrioterismo insertado de forma para nada elegante, que por eso mismo genera risa) se permite el divertimento veloz y salvaje que tanta demolición habilita sin sutilezas.