The Quake es la secuela de The Wave, esa película noruega que la rompió en el 2015 y que demostró que foráneos pueden hacer mejor cine catástrofe que los propios norteamericanos, padres del género. Ciertamente se corre un riesgo al hacer una secuela – de que el protagonista sea una especie de superhéroe (o individuo maldito), ubicado siempre en el ojo de la tormenta y dispuesto a salvar a medio mundo cuando la ocasión lo requiera -, pero los productores de la saga saben de esto mas que nosotros y han restringido las cosas a un escenario realista. El geólogo Kristian Eikjord (Kristoffer Joner, que hace poco tuvo un papelito en Misión Imposible: Fallout y que puede seguir el camino de Noomi Rapace y Michael Nyqvist en Hollywood) tuvo su momento de gloria hace un par de años cuando apareció en todos los medios como el héroe de la tragedia del tsunami del fiordo de Geiranger… pero ahora el peso de las victimas (cuantiosas, pero en una cifra mucho menor a la que hubiera llegado si él no hubiera puesto a la gente sobre aviso) le carcome el alma e incluso ha devorado a su familia. Solo, obsesivo, al borde de la locura – con una pared tapizada con las fotos de las victimas, recortes de diario e informes geológicos -, está decidido a que la tragedia no se repita nunca más. Pero ello lo ha convertido en un paria cuyos hijos ven con recelo.
Ciertamente todo indica que Joner va en camino directo a volarse los sesos tarde o temprano, hasta que un antiguo colega le manda un informe alarmante para obtener una segunda opinión especializada: algo se cocina bajo de Oslo y promete ser un terremoto apocalíptico. No se precisa llegar al 10 de la escala Richter, ya con 6 o 7 puntos puede provocar un desastre escalofriante. Lo que ocurre es que la estructura basal donde se asienta Oslo es frágil, plagada de túneles, ríos subterráneos, arcilla y otros materiales de gran fragilidad. Lo peor es que su amigo ha perecido precisamente al derrumbarse el túnel donde estaba haciendo sus estudios y, cuando Joner se va a Oslo y habla con las autoridades, lo ven como un paranoico no recuperado de la tragedia del tsunami. Juntando fuerzas con la hija de su fallecido amigo, encontrará mas reportes y pruebas que demuestran que la catástrofe es inminente.
Como en el filme anterior, el componente humano es el que importa. Este es un drama donde la catástrofe solo produce un efecto catártico, sacando a luz los sentimientos que estaban escondidos. Joner es débil y padece de pánico, y su esposa vive en Oslo (qué casualidad) y lleva ella sola la familia como puede. Los hijos ven al padre como un marciano, un tipo encerrado en sus propias ideas – y es que el personaje de Joner así lo dice en un momento: en esta profesión vivís para salvar vidas…. aunque tengas que sacrificar tu vida familiar en ello – y distante. Y cuando el desastre estalla, al tipo le dejan de temblar las manos. Ya no hay ansiedad porque, lo peor que estaba esperando que ocurriera, acaba de pasar.
Si hay un detalle distrayente, es que Oslo prácticamente carece de rascacielos – apenas hay un puñado en el centro de la ciudad y el resto es una comunidad antigua como los barrios viejos de Londres o de ciudades de Holanda, con casas de tres pisos coloridas pero clonadas por toda la urbe -, así que olvídense de ver una orgía de destrucción a lo 2012. El director John Andres Andersen (que reemplaza a Roar Uthaug, quien se fue a probar suerte a Hollywood con la última de Tomb Raider) toma nota de Michael Bay y de varias de sus películas de Transformers, y pone a los (pocos) rascacielos volcando y apoyándose entre sí, o mordiendo pedazos de otros edificios en la caída. Así es como se arma un tenso climax con Joner, la hija del geólogo muerto y su propia hija colgando de un pedazo de edificio doblado y pendiente en el aire gracias a un par de frágiles vigas dobladas, una secuencia que te pone los pelos de punta.
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Skjelvet no es tan pulida como The Wave. En la película previa, el personaje de Joner destilaba conocimiento técnico, acá a las perdidas aparece alguno de esos datos que te indican la sabiduría del personaje y le permiten enseñar un poco de geología a la audiencia. El centro para desastres de Noruega está lleno de palurdos, así que tenemos – como en muchas películas norteamericanas de cine catástrofe – a la burocracia como villano del filme (incluso cuando revienta todo, ni se molestan en avisar a nadie sino que salen huyendo cobardemente a buscar refugio). Los momentos familiares están ok, pero es cuando la tragedia estalla cuando el filme despliega toda su fuerza. Normalmente sería un sólido 3 atómicos pero esa secuencia final en el restaurant ubicado en el penthouse del rascacielos partido le agrega puntos, además de contar con un final que redime al protagonista… un plus humano que la califica de diferente aún cuando no sea un filme tan parejo como su antecesor.