En este último tiempo podría decirse que la lista de estrenos cinematográficos en la argentina es realmente internacional. Pareciéramos empecinados en tener una de cada país antes que termine el año y si seguimos así no estaremos lejos. Claro que este factor no implica nada, pero en la coincidencia podemos encontrarnos con aburrido cine de animación de Brasil y de Ucrania, una buena comedia agria de Francia, pésimo terror de Corea, y la que nos toca hoy viene de Noruega y es una apreciable muestra de cine catástrofe.
Está claro que cuando se estrenó “Terremoto” (Mark Robson, 1974) la fórmula que combinaba espectáculo y efectos visuales con solidez narrativa iba a sentar un precedente difícil de sortear a la hora de las referencias. No es que no se hubiesen hecho de este sub-género antes, pero nunca con este estilo de producción. Así se replicaron los guiones cambiando de “monstruo” pero manteniendo los lugares comunes de las historias que giraban alrededor. Ya sea un meteorito a punto de estrellarse contra la tierra, un tsunami, un huracán, aviones que se caen o trasatlánticos hundiéndose en el océano, los ejes dramáticos que atraviesan a los protagonistas son más o menos los mismos: una historia de amor que se consuma en medio de la vorágine, o la unión de una familia separada por las circunstancias (o divorcio mediane) que a partir de la debacle externa aprende a apreciar la vida y convivir en paz.
Con esto establecido como cliché, tomar riesgos argumentales puede ser una aventura para los productores conocedores de su público. “La gente quiere ver edificios cayéndose en medio de una parafernalia sonora” podría ser la frase hecha. Razón no les faltará, pero si sólo pasa eso fracasa por ausencia de consistencia. En fin, todo esto es simplemente para explicar los buenos motivos para recomendar ver “Terremoto” esta semana.
Probablemente no sea fácil de asociar pero en principio, si el espectador que vaya al cine tiene una sensación someramente familiar frente al protagonista es porque estamos frente a la secuela de “La última ola” de Roar Uthaug, estrenada aquí en 2016, y en la cual el geólogo Kristian Eikjord (Kristoffer Joner) hacía lo imposible para advertir y sobrevivir a un tsunami desproporcionado que azotaba los fiordos de Oslo.
En las primeras tomas de ésta segunda entrega (y aún sino vio la anterior) todo funciona igual, lo que vemos son las consecuencias físicas y psicológicas que todavía hoy operan en Kristian, un hombre que ha visto y anticipado el horror y que todavía hoy convive con la culpa de no haber podido salvar más gente. Para la TV y la sociedad es un héroe, para él hay sólo traumas que vuelven una y otra vez a su mente en esa casa en la cual vive solitario y algo abandonado en su aspecto. La muerte de un colega despiertan en él primero un temor, luego la certeza de que se viene otro sacudón peor al anterior. Entre tanto debe lidiar con algo tanto o más difícil: la recomposición familiar. Recibe a su pequeña hija Julia (Edith Haagenrud-Sande) pero le es imposible vincularse. Lo mismo con su hijo y su mujer (Ane Dahl Torp), quien trabaja en el centro de Oslo.
Lo curioso de éste opus de John Andreas Andersen es la sutileza y dedicación con la cual construye el “monstruo” a través de la información que se va recopilando por virtud del protagonista. El guión de John Kåre Raake y Harald Rosenløw-Eeg tiene un tratamiento muy cercano al policial: Un geólogo derrotado sin nada que perder, pero que toma el caso que investigaba su colega a partir de su muerte con la clara idea de desenmascarar al “asesino” y redimir su muerte. Dígame si no hay un aroma a Raymond Chandler. Es tan claro el guiño que también será recién en el último tercio donde veremos la acción propiamente dicha, pero para entonces el miedo estará tan bien construido con los elementos clásicos del policial que la resolución cae (sin eufemismos) por peso propio. “Terremoto” es la historia de un villano natural e implacable cuyo daño sólo puede atinar a minimizarse con el conocimiento. Luego también, hay una familia por reconstruir que tal vez está viviendo su propio sismo a menos que se haga algo.
Un trabajo sólido de todo el elenco, en especial Kristoffer Joner, aporta a una realización sin fisuras que prefiere usar los prodigiosos efectos especiales y el notable diseño sonoro como herramientas narrativas en lugar de espejitos de colores, y por eso la vertiente “policial” cobra ribetes novedosos para producciones de este tipo porque se logra que la construcción del caso sea tan atractiva como la resolución. Es cierto que el final sale por corte abrupto y carece de epílogo reflexivo, una variante que le hubiese venido bien para cerrar esta correcta y entretenida producción.