UN SISMO QUE NO ROMPE ESTRUCTURAS CLÁSICAS
Lo que antes era el cine indie para alternar con las películas de producción mainstream hollywoodense, ahora son las superproducciones (más modestas, por cierto, para ser tan “super”) por fuera de Hollywood que rescatan a los géneros clásicos como los de catástrofe, reinventándose para lograr algo más “fresco”.
De ese modo hace unos años tuvimos La ola en la que un geólogo a punto de mudarse de una bahía en la costa noruega, ve antes que nadie cómo un tsunami de proporciones arrasa con la localidad, e intenta salvar a su familia y a la mayor cantidad de vidas posible.
Y ahora recibimos Terremoto, que no es ni más ni menos que su probablemente innecesaria secuela directa, esta vez ambientada en la ciudad de Oslo, en la que, una vez más, un sismo al que nadie puede anticiparse, es detectado por el mismo especialista que de nuevo intentará un rescate casi imposible.
La diferencia con películas como Terremoto: la falla de San Andres o Lo imposible, además del obvio presupuesto, es la intensidad dramática de la que se quiere dotar a la historia. Lo cual no parece un objetivo demasiado fácil de lograr para el director dado lo poco demostrativos que son nuestros amigos nórdicos para lucir algo parecido a las emociones básicas. De hecho el geólogo Kristian Eikjord (Kristoffer Joner) aparece anímicamente destrozado -luego de lo vivido en el episodio del tsunami-, básicamente por no haber podido salvar a más personas, y eso lo convierte en alguien incapaz de volver a conectar con su familia y tener una vida normal. Este conflicto se lleva casi una hora de línea argumental hasta que llega un momento que podría calificarse de resolución positiva (aunque el mismo Kristian dude de que sea así) y es interrumpido por el nuevo riesgo que acelera la acción, llegando como al rescate para que la tensión emocional no siga pareciendo tan forzada. Pero cayendo, al mismo tiempo, en el giro recurrente de la búsqueda del héroe de sus seres queridos en medio de la catástrofe. El día después de mañana se apoyaba en ese sólo hecho y sin embargo, tenía más profundidad de la que tiene esta Terremoto en las subtramas (de las cuales carece, a decir verdad).
Y a diferencia de lo que uno podría esperar, la escena o conjunto de secuencias en la que sucede el tremendo sismo es bastante breve. Si bien gana en intensidad porque los momentos a puro riesgo son muy vertiginosos e impecablemente coreografiados, no deja de resultar poco para un film de estas características. El problema termina siendo que el conflicto dramático previo es bastante trillado, tanto como el hecho de que el único que parece tener conciencia del peligro es el protagonista (no puedo evitar citar al síndrome John McClane en el cual el único que sabe de algún peligro inminente es desacreditado y eso termina incrementando el riesgo) y convierte a Terremoto en una película más. Una que entretiene, una que hace que funcionen todos sus mecanismos, que maneja de manera impecable los efectos especiales, pero que no deja de ser mucho más que eso.