Terremoto empieza y termina con severas advertencias sobre la concreta posibilidad de movimientos sísmicos en Noruega. En lo que podría ser una venganza secreta de la naturaleza, esas amenazas se construyen al nivel de una inminente aparición, una ominosa presencia. El director John Andreas Andersen entiende que ahí se concentra la fuerza de su película y estructura el relato sobre la figura del geólogo Kristian Eikjord (Kristoffer Joner), héroe en el pasado (esta es la secuela de La última ola, en la que Eikjord se vio envuelto en un tsunami que destruyó la ciudad de Geiranger) que vive ese privilegio perceptivo como una terrible maldición.
La primera mitad de la película se despliega entre las pistas que ha dejado un especialista en sismos de un centro de investigaciones de Oslo y los inquietantes descubrimientos que minan la conciencia de Eikjord frente a esa sentida inminencia del desastre. Andersen crea un tiempo moroso, pero cargado de tensión, logrando transmitir en la opacidad de la fotografía y las alteraciones de la normalidad (sorpresivos cortes de luz, anomalías en el comportamiento animal) el presagio de la tragedia. La segunda mitad se recuesta sobre los tópicos del cine catástrofe, vertiginoso pero también más proclive a resoluciones extremas y giros forzados. En ese promedio, la película resulta disfrutable, y con astucia construye un héroe que hace que las escenas más impactantes tengan siempre un anclaje falible y humano.