En 2016 salió Terrifier de Damien Leone, película de terror chiquita, sencilla, sanguinaria, con algún acercamiento al cine de explotación y en apariencias sin pretenciones más altas que las de entretener. Un slasher sobre un payaso llamado Art que en una noche acosa, tortura y asesina a un par de mujeres en un edificio semi abandonado, dando rienda a sus más sádicas y retorcidas formas de matar el tiempo. Pese a la violencia extrema, se trataba de una obra inofensiva en sus intenciones, lo que la volvían simpática y pasatista, divertida a pesar de lo monstruoso y extremo de sus imágenes. La película se transformó de la noche a la mañana en objeto de culto y el resto es historia. Años después Leone da a luz Terrifier 2, su esperada secuela.
Leone parece querer corregir lo que en la primera eran meras excusas para mostrar a un tipo sádico en su máxima expresión: personajes más elaborados, un arco dramático considerable en ellos, construir una mitología para el personaje de Art y hasta permitirse algún que otro subtexto psicológico respecto de su protagonista femenino.
Acá los protagonistas son dos hermanos, Sienna y Jonnathan, los que deben de hacer frente al temible payaso resucitado luego del mórbido final de su predecesora. Además de los dramas familiares que sortean junto a su madre viuda, que hace lo que puede por mantener a los suyos unidos. Una vez que Art el payaso se escapa de la morgue que lo había transportado y arribando un nuevo Halloween, desatará una matanza tan violenta y sanguinaria como pocas veces se vio en cines. Al menos en los últimos años.
Pareciera que Terrifier 2 es esa gran secuela, esa versión mejorada de una simple película slasher, esa obra que viene a definir un nuevo paradigma y alcanzar el status de nuevo exponente dentro del género. Pero no. No nos engañemos. Es fácil atraer a un público determinado con violencia extrema, sadismo, un personaje femenino que dé batalla y algún que otro atributo estético pero que no agregue nada a sus cualidades artísticas. Porque a Terrifier 2 lo que le falta es organización dentro de su (aparentemente) descontrolada y caótica forma de ver el cine (esto, es su supuesta irresponsabilidad). Le falta organización porque esta secuela pretende jugar a la profundidad dramática, a la psicología (barata) y a la épica del splatter (dura más de dos horas). Cuando uno se pone ambicioso, y créanme que Leone se lo propuso, se necesita una organización: las ideas a las que alude, la construcción total, debe de ser coherente. Sino para eso seguimos haciendo películas más chicas, menos pretenciosas y más directas: es decir, lo que otorgaba la primera parte. Bueno, Terrifier 2 es un manojo de idioteces sin coherencia, por lo que se contradice y sepulta a sí misma. Juega a la simpleza del slasher, a la explotación hiper violenta y al trash salvaje pero quiere desesperadamente oler a algo más. Como si no se bancara el hedor del regadero de cadáveres que va dejando, limpia la escena con ideas “profundas” (o lo que Leone cree) para darle un status más alto, más elevado se podría decir (no hablo del terror elevado de hoy en día, algo aborrecible también, sino de querer cagar más alto de lo que puede).
La arbitraria resurrección del payaso, vaya y pase. Hasta ahí la cosa se puede bancar porque sabemos que la clase B y algunas corrientes que ya casi no existen como el Trash, se permiten algunas libertades argumentales ya que su naturaleza se liga a lo sobrenatural, lo oculto, lo desconocido y en consecuencia, metafísico; más si quien está expuesto a ello es el Mal. Ya cuando Leone juega el jueguito (vergonzoso) del papá muerto de los pibes con visiones, que su hija es “especial”, que el enfrentamiento con Art estaba destinado, que la espada es una especie de atrezzo mágico, podemos hablar de puras inconsistencias bobas y que saturan por ser tan caprichosas. Un todo vale, diríamos. Leone además es tan incompetente para contar una historia (¡Un slasher de más de dos horas! ¡Vamos hombre!) que ni sabe de construir, por ejemplo, una simple simetría: algo sencillo pero que si se utiliza bien, puede hacer maravillas con su proceder narrativo. Por el contrario, pongamos un ejemplo: hace tanto énfasis en las alitas de ángel, en la espadita mágica, etcétera, que se pierden los valores que pueden alcanzar los elementos materiales para devenir en una suerte de símbolo. Leone subraya hasta que el espectador a la media hora tiene servida y masticada toda posibilidad argumental próxima. Algo que cualquier buen narrador sabe es jugar a lo sutil con elementos de la puesta en escena: la misma es parte del lenguaje del cine y sin eso, no nos queda nada. Otro mal proceder es que Art sigue tan sobreexpuesto ante la cámara, como sucedía en la primera parte, que Leone parece (y se nota) que lo único que quiere es un personaje como excusa para mostrar violencia y expresar cuánto sabe de ello (él hace los efectos de maquillaje). Este dilema viene quizás desde épocas que vieron nacer el slasher, en obras como Martes 13, que fueron mermando en calidad con el paso del tiempo y en cada secuela.
Leone cae, además y peor aún, en la tentación alegórica. De esas que tanto infectan el lenguaje del cine cuando un director pretende erróneamente darle un giro más complejo a algo súbitamente sencillo. Eso es negar la naturaleza de la clase B, es caer bajo en pos de la pedantería de una búsqueda estética mayor a la que se pretende jugar (la de explotación, lo trash, aun cuando en estas formas de hacer cine hay cientos de malos exponentes que caen en esta trampa). La alegoría es todo lo contrario al símbolo pues desune, separa, es caprichosa y meramente contenidista. No cuaja con lo que se viene mostrando en la obra.
Terrifier 2, más allá del talento de Leone para los efectos de maquillaje o alguna escena impactante, es un mero ejercicio masturbatorio sobre sadismo vacío, que busca una mirada trascendente sobre un subgénero (el slasher) que viene agonizando desde hace años y que cada tanto saca alguna buena película en el medio. Si no se juega a la autoconciencia (esto ya lo hablamos en el análisis de Fear Street) como lo hizo Scream en los 90, difícilmente se pueda hallar en ese tipo de cine una razón de ser, un lugar en el mundo. Incluso cuando nos quieran vender que el producto es un mero slasher simpático y que solo pretende entretener. Patrañas.