Fue uno de esos fenómenos no detectado por el radar de los principales medios estadounidenses dedicados al show business: Terrifier costó 35.000 dólares, la mayoría recaudados a través del sitio web de crowdfunding Indiegogo, y con el tiempo se convirtió en un boom imparable allí donde se diera.
Pero el punto cero de esta película –cuya secuela llega a las salas argentinas a través de la flamante distribuidora Terrorífico– data de 2008, cuando el director y guionista Damien Leone concibió el cortometraje The 9th Circle. Allí aparecía un personaje que no decía palabra, solo gesticulaba pero maltrataba y destripaba a sus víctimas con un goce perturbador, enfermizo, que volvería a entrar en acción en el corto Terrifier (2011) y en la antología All Hallows' Eve (2013).
El payaso se llama Art y es la estrella alrededor de la que gira este universo hecho de sangre y vísceras. Vestido y pintado de blanco y negro, su violencia no es fruto de algún trauma infantil, sino de la idea de ejercer el Mal como fuente de placer. Pocas cosas más atractivas que un villano sin motivación psicológica. Más aún si ese villano es capaz de atemorizar con su sola presencia.
Así ocurre, sobre todo, en la primera entrega, que comienza con el testimonio en un noticiero de la única sobreviviente de la llamada “Masacre del Condado Miles” ocurrida un año atrás, cuando el bueno de Art (David Howard Thornton aquí, Mike Giannelli en los cortos) se cargó a no menos de diez personas durante la noche de Halloween y dejó a la chica con el rostro deforme al punto de volverlo irreconocible.
Aquella noche tuvo lugar una de las carnicerías más brutales que haya dado el cine en mucho tiempo, una faena no apta para ojos sensibles que tiñe la pantalla de rojo e incluye desde mutilaciones hasta golpes y cortes con cualquier objeto contundente, pasando por varios atracones de carne humana por parte de un Art que no tiene límites a la hora de imaginar torturas y formas de asesinar a sus víctimas.
Las protagonistas de Terrifier son dos jovencitas que, volviendo de una fiesta, coinciden en un bar con Art. Desde ya, piensan que se trata de algún loquito disfrazado dispuesto a sostener su personaje hasta las últimas consecuencias. El dueño lo echa y las chicas se van, pero él vuelve dispuesto a despachurrarlo, en lo que es el puntapié para un raid que lo llevará hasta el taller mecánico que funciona en el garaje de una casa donde ellas esperan que las venga a buscar una hermana. No hay que ser un genio para imaginar quién llega primero y con qué objetivo.
Dueña de una estética que recuerda a las películas del género de los primeros años ’90, aquéllas que llegaban mayormente a través de ediciones en VHS, Terrifier hace de la concisión y el efectismo estilizado sus pilares fundamentales. Lo primero se debe a que el relato va directo al grano; esto es, a la crueldad alocada de Art: ya se dijo que no hay justificación para su monstruosidad. Lo segundo, a que el director y guionista Damien Leone no concibe la idea del fuera de campo y muestra en primer plano cómo los cuerpos de desarman como si fueran de papel.
¿Tienen sentido esas escenas? Tratándose de una slasher movie, claro que sí. Sobre todo si están construidas bajo parámetros dignos de otra época: las consecuencias de la violencia de Terrifier están creadas con maquillaje, sin efectos digitales, con tripas y cerebros artificiales. Es una experiencia analógica y demodé de una truculencia por momentos insoportable. Ver si no la lentitud con que parte al medio a una de chicas, como si director y protagonista gozaran viendo la sierra atravesando el cuerpo desde la entrepierna hasta la punta de la cabeza.
La segunda película llegó 6 años después, que podrían haber sido cuatro de no haber ocurrido la pandemia. Desde su estreno comercial en los Estados Unidos, el último octubre, se habla de espectadores que huyen despavoridos de las salas, desmayos, descompensaciones y vómitos ante un espectáculo dantesco que Leone eleva hasta niveles imposibles. Cuesta saber si todo lo anterior es cierto, pero no hay dudas que cayó como anillo al dedo para el marketing: lleva recaudados 12 millones de dólares solo en taquilla, 50 veces más que los 250.000 que costó.
Con una duración un tanto extensa de 138 minutos (más de 50 minutos más que la anterior), Terrifier 2: el payaso siniestro comienza en el mismo momento que la primera. Otra vez la sobreviviente hablando en el primer aniversario y afirmando que el payaso está muerto. Una escena que Art mira en un televisor que rompe apenas termina. Es hora, entonces, de una nueva cacería.
Leone es plenamente consciente del éxito previo y quiere redoblar la apuesta. Pero no todos los aspectos funcionan, como la inclusión del espíritu de una “payasa” que oficia como asistente, el intento de dotar de un gramaje psicológico a las principales víctimas -la familia integrada por mamá Barbara (Sarah Voigt) y sus hijos Jonathan (Elliott Fullam) y Sienna (Lauren LaVera)- o ciertos toques sobrenaturales que esfuman la impronta terrenal de su predecesora.
El desarrollo narrativo no es muy distinto a la anterior, aunque por momentos se cuela un humor macabro hasta ahora ausente. Una a una irán cayendo las víctimas, algunas de una manera que recuerda a las de aquellas películas de porno tortura que fueron furor a principios del milenio, como El juego del miedo o Hostel. En especial, aquella que generó los supuestos vómitos y demás: Art agarra una chica, le arranca el cuero cabelludo con una pequeña tijera, le rompe varios huesos y la apuñala hasta el agotamiento.
Más allá de sus desniveles, ambas Terrifier se presentan como renovaciones de un subgénero –las slasher movies– que suele pecar de solemne tomándose demasiado en serio todo lo que muestra. Poco importan aquí si sobreviven o no los protagonistas. El núcleo está en imaginar las maneras más sádicas de torturar y asesinar. Michael Myers, Jason Voorhees y Freddy Krueger son personajes de Disney al lado de Art The Clown.