Luego del éxito del film de 2017 (costó 5 millones de dólares y recaudó más de 60), llega esta inevitable secuela, también dirigida por el británico Johannes Roberts. Es una producción más voluminosa que su antecesora, pero con las mismas debilidades en términos de ideas y puesta en escena. Cuatro jovencitas toman la mala decisión de explorar los restos de un templo en aguas profundas del norte de Brasil, donde hay un ejército de tiburones dispuesto a devorarlas. Las escenas de acción y terror son lo más logrado de una historia previsible que obliga a su sufrido elenco -que incluye a las hijas de Jamie Foxx y Stallone- a lidiar con los resultados como mínimo perezosos de dos guionistas.