EN LAS PROFUNDIDADES DEL TEDIO ASFIXIANTE
Cuando hace unos años se estrenó A 47 metros con un modestísimo presupuesto que seguramente se basaba en los salarios de Mandy Moore y Matthew Modine como costo mayoritario, y a pesar de tener unos efectos CGI pasables, tuvimos la oportunidad de ver un film medianamente entretenido, de premisa simple, basada en la mala experiencia de dos chicas que quedan atrapadas en una jaula a merced de tiburones hambrientos a la distancia de profundidad que indica el título.
A mi entender, la única razón que ameritaba la producción de una secuela como Terror a 47 metros, el segundo ataque, era la relación costo beneficio de la película, por lo cual también volvió a convocarse al mismo director y a reformularse la historia para justificarla, aunque más debiera considerarse un spin-off ya que no tiene conexión alguna con la anterior. En este caso las únicas “estrellas” conocidas en el cast son John Corbett y Nia Long, siendo las cuatro adolescentes que más tiempo pasan en pantalla totalmente ignotas.
Desde ya que ese no es el problema, sino la falta de sustento en la historia que mueve a risa sin que sea esa la intención.
Todo comienza cuando Nía (Sophie Nélisse) se ve obligada a compartir su vida con una familia ensamblada que armó su padre (Corbett) con su nueva esposa e hijas (Long) en México, lugar en que está trabajando en unas ruinas bajo el agua. La hermanastra de Nia le propone pasar una tarde en ese lugar en el que se puede bucear entre grutas y descubrir verdaderos tesoros arqueológicos. Las cosas se complican cuando merced a un accidente quedan encerradas en esos túneles en los que habitan unos tiburones ciegos que no necesitan de ese sentido para intentar devorar a sus potenciales víctimas.
El resto de Terror a 47 metros, el segundo ataque, unos 80 minutos más, sucederá bajo el agua y con las chicas peleando contra la falta de oxígeno que se acaba en sus tanques, y los escualos que parecen más deseosos de asustarlas apareciendo de pronto junto a ellas, que intentando comerlas con unos colmillos que adolecen del mismo problema que tenían los cocodrilos en la reciente Infierno bajo el agua: parecen de goma espuma y no son capaces de dejar secuelas aunque arrastren a alguna de las protagonistas como si fuese un títere. Aunque nobleza obliga, hay que aclarar que la mencionada Infierno… es muy superior.
No hay una sola escena que nos pueda parecer el “punto alto” de la realización, ni siquiera la secuencia del final, que se pasa de ridícula con ese torniquete forzado de tres conclusiones en el que ni siquiera arriesgan un sacrificio que “duela” en el espectador, si es que a esas alturas ha podido empatizar al menos un poco con los protagonistas.
En resumen, muy poco se rescata de esta producción más allá del escenario paradisíaco y algunos planos subacuáticos que no se ven muy a menudo, como no sea en algún video turístico. En este caso, se recomienda quedarse en la superficie.