Terror a 47 metros: El segundo ataque. Una propuesta de género que no engancha por su acción ni evoca interés por sus personajes.
Desde que el éxito de Tiburón inaugurara el concepto de blockbuster en el cine moderno, los tiburones como antagonistas siempre han sido una premisa popular, aunque no necesariamente con el éxito o la solidez de ese clásico de Steven Spielberg. Incluso muchos de los esqueletos en ese armario pertenecen a la franquicia madre. No obstante, hay veces donde el deseo de entretener puede ser más poderoso que el de reflexionar, y no pocas veces puede ganar la batalla. Por desgracia, Terror a 47 Metros: el segundo ataque no llega triunfante a esa línea de meta.
Aguas rojas
Lo emocional está presente pero no lo suficientemente desarrollado. Tampoco lo están los personajes, razón por la cual sus muertes no conmueven mucho salvo en el placer de anticipar quién va a ser devorado primero por el escualo. Ni el amor entre hermanas que desea proponer temáticamente la película, o el simple deseo de supervivencia, consiguen agilizar las escenas o siquiera hacerlas interesantes.
Tiene el valor de introducir bulliesunidimensionales, pero no tiene el coraje de darle un sangriento merecido a la altura de su premisa. Una catarsis siempre bienvenida (y, por qué ocultarlo, celebrada) en este tipo de películas. Va a haber quien diga que con el pasar del metraje el bully mira a su víctima con otros ojos y acaba por respetarla, pero no, la dinámica entre los personajes no está lo suficientemente desarrollada para que esta excusa del respeto se sostenga.
El sistema de comunicación presentado en la película no es creíble. Son unas máscaras, solo unas antiparras extendidas que más o menos dejan claro cómo pueden hablar debajo del agua y a esa profundidad, ¿pero cómo escuchan? En El Abismo, una película que, como esta, desarrolla gran parte de su trama bajo el agua, se resuelve esta explicación de una forma mucho más sencilla: cascos. El espectador asume, sin necesidad de que lo expliquen los personajes, cómo pueden hablar y escucharse en semejante profundidad acuática. Si esta película no tiene esa sofisticación (o el presupuesto) tendrían que haber buscado la manera de resolverlo dentro de sus posibilidades (un aparato para el oído, hacer la película sin diálogos, etc.), pero no está negación a las reglas de un universo realista claramente introducido que hace que la suspensión de la incredulidad quede destruida bajo la presión.
Un discurso profundo, emotivo y solemne que evoque el valor de sobrevivir del grupo es, a esta altura, una anticipación formal que en cuanto a seriedad no evoca nada, en cuanto a ironía no evoca risas. Y es momento de recordar que ese recurso ya se usó y mejor en Alerta en lo Profundo, que era mucho más entretenida y con personajes más queribles, sin ser tampoco un ejemplo extremo de solidez narrativa.
Ese discurso motivador que termina en muerte inesperada ha sido recordado y ha sido producto de tantos memes que usarlo incluso como parodia es un despropósito. Uno lo escucha y cuenta para sus adentros “5… 4… 3… 2… 1, entra Tiburón”. Eso no es un espectador congraciándose, sino diciendo “No estoy impresionado. Siguiente escena, por favor”.