Se me ocurre que hay muchas maneras de evaluar un filme para no ponerme demasiado en el lugar de la erudición, que no me corresponde, así que podría, en este caso, tomar la variable del tiempo en pos de un análisis un poco más objetivo.
Digamos que la proyección dura 86 minutos, muy corta, es verdad; digamos también que se le pueden restar al menos 4 minutos de los créditos (son los que aparecen al finalizar la película), quedaría en 82 minutos; si le extrajéramos los títulos, siendo amables 1 minuto, estamos en los 81, que en realidad es lo que dura el relato. Pero ¿cuánto dura el suspenso?
Aquí hay al menos otras dos maneras de medirlo. Una, diría la más condescendiente, hasta que termina la presentación de los personajes, ¿cuánto? ¿Quince minutos, veinte? La otra posibilidad dura significativamente menos. ¿Cuánto tarda usted en leer “Terror en Chernobyl” mirando el afiche? Bien, eso es lo que duraría el suspenso.
Pero vayamos a este conjunto mal habido de imagen en movimiento con sonido. Dentro de la estética y estructura narrativa de las películas “Hostel” (2005, ¡vaya uno a saber por que numero van!), donde un grupo de jóvenes veinteañero, uno más idiota que el otro, y esto no debe ser tomado como un insulto sino más bien como diagnostico, se ven envueltos en situaciones traumáticas.
En este caso se trata de turistas que se internan por Europa y llegan a la ciudad fantasma de Chernobyl, cosa que ya lo sabemos desde el titulo, lugar de la todavía increíble explosión nuclear ocurrida en 1986.
Digamos que están en edad de no haber vivido concientemente ese episodio trágico, pero sí pudieron haber visto “Godzilla” (1998) que comienza hablando del tema de la radiación permanente y sus consecuencias actuales.
Pero no, estos chicos llegan a ese destino y todos sabemos lo que les va a pasar, sólo restaría adivinar el orden en que ello vaya sucediendo.
Si a esto le agregáramos que la única posibilidad que le encontraron para generar un poco de miedo, sin lograrlo, es trabajar desde la poca visibilidad, ya sea por la oscuridad imperante en la mayor parte del metraje, acumulando la idea que la cámara en mano debería hacer lo suyo, situaciones que finalmente sólo logran que el espectador esté esperando que ya termine. Esta situación incluye otra variable de sensaciones temporal, como la culinaria que estaría dada por la incomodidad de estar sentado y comenzar a moverse ya que la película nunca logra atrapar de manera tal que uno fije su atención de manera permanente sobre la pantalla. Sólo los exabruptos sonoros producen algún sobresalto que impedirían soñar placidamente mientras las luces están apagadas.
Nada hay de novedoso. Nada rescatable. Ni actuaciones, ni estética, ni de búsqueda en este ejemplar del peor cine del género de terror. Lo único que mete miedo es la posibilidad de una secuela.
A veces, y desde un análisis intencional sobre el discurso, me pregunto si esto no es otra campaña orquestada por los yankees (es una producción de los EEUU) contra el turismo en el viejo continente.