No estamos solos
Chris (Jesse McCartney), Paul (Jonathan Sadowski), Natalie (Olivia Taylor Dudley) y Amanda (Devin Kelley) son cuatro jovenes norteamericanos de vacaciones en Europa, que deciden tomar una excursión de turismo extremo por Pripyat, la ciudad donde vivian los trabajadores de Chernobyl.
Junto con el guía y otros dos turistas llegan a la devastada ciudad. El lugar no solo está abandonado, sino que ha sido el escenario de una tragedia, todo sigue como lo dejaron y ya han pasado más de 25 años.
El clima de la película cambia por completo una vez que los protagonistas entran a la ciudad, el sitio mete miedo, aun sin apariciones sobrenaturales. Los turistas sacan fotos, recorren el lugar, y ya tenemos la sensación de que alguien los observa, lo que se confirma cuando la camioneta no arranca, y se ven obligados a pasar la noche allí, aislados, sin transporte, sin señal en los celulares, con frío y con miedo. Es apenas el comienzo. De ahí en más, el suspenso le da lugar al terror, las persecuciones, y los aullidos, rodeados de radiación.
En su primera mitad, la película logra un clima interesante y el suspenso nos va atrapando, pero luego el guión ya no tiene nada más para ofrecer, y todo lo que sigue es predecible.
Las actuaciones son las esperables para este tipo de películas. Lo destacable es su estética, la detallada reconstrucción de la ciudad, hecha en una fábrica de tractores en Serbia y en una base de la fuerza aérea húngara. Es la ciudad la que sin decir nada, nos cuenta desde un principio de que se trata todo esto, y termina sosteniendo a una película que tiene menos para contar que la propia ciudad.