Juguemos en el bosque
Érase una vez en la que falsear material de archivo para contar una historia de miedo todavía era una idea original. Pocas películas han catapultado modas como El proyecto Blair Witch (The Blair Witch Project, 1999), de los realizadores Daniel Myrick y Eduardo Sánchez. No sólo cambiaron la forma en que se hacen las películas de terror, sino que supieron jugar con un tipo de miedo instintivo que se activa cuando nos enfrentamos a lo desconocido.
El golazo de “Blair Witch” era la fundamental imprecisión entorno a la maldad cósmica que operaba en las profundidades de los bosques de Blair. Al comienzo de la película, los protagonistas – tres lozanos documentalistas – entrevistan a los pueblerinos, los cuales hablan de asesinos seriales, espíritus de brujas, sacrificios humanos, la Guerra Civil, etc. Una vez que los jóvenes se pierden, la naturaleza comienza a torturarles de una manera pasivo-agresiva que excede cualquier intento de raciocinio y no delata origen o intención alguna, lo cual los enloquece.
El miedo en “Blair Witch” es el miedo a la incomprensión, y el efecto se pierde ni bien establecemos un villano con nombre, rostro, psicología y una debilidad palpable. Como uno de los creadores de “Blair Witch”, Eduardo Sánchez debería saber todo esto de memoria. Y sin embargo ha dirigido Terror en el bosque (Exists, 2014).
Hay un motivo por el cual Pie Grande no mete miedo: no solo es un tipo en un traje de mono, sino que su referente de la realidad es otro tipo en un traje de mono. El legendario homínido es el malo de la película, y da caza a cinco jóvenes que ni Darwin podría haber elegido mejor para purgar al genoma humano de estupidez. ¿Qué hacen los jóvenes en el bosque? Les dio la gana. ¿Por qué vemos la acción a través de cámaras? Uno de los personajes sueña con hacer un video para YouTube (¿y el gato?), así que ha forrado el bosque con camaritas GoPro, las cuales tiñen la escena de verde cuando se hace de noche, tipo [Rec] (2007), y entre las que alternamos a lo Actividad Paranormal (Paranormal Activity, 2007). Raro ver al artista imitar, sin éxito, a quienes le han imitado exitosamente.
El problema con estos procedimientos es que son puramente cosméticos, y no hay ningún buen motivo por el cual la película no podría haberse hecho a la antigua (el director confirma esto en entrevistas). Vemos la película y la sensación que transmite es la de un producto severamente masticado por posproducción: la banda sonora es extra-diegética y alterna entre el pop rock para las escenas de parranda y composiciones que imitan la elegante melancolía de Hans Zimmer para las escenas oscuras. Y dado que hay docenas de cámaras filmando en todos lados a todo momento, la película corta de una a otra libremente, dramatizando lo obvio mediante el montaje.
La estética del “material de archivo falso” pierde su gracia cuando la película se edita como cualquier otra. ¿Dónde queda la emergencia, la crudeza, la brutalidad? Pie Grande roba cámara a cuatro manos, de manera que los vemos en toda su trucha gloria hasta el hartazgo. Es curioso, porque una criatura tan famosamente elusiva sería el sujeto ideal para protagonizar una película “accidental”, hecha sin pulso o plan. Con Terror en el bosque, Eduardo Sánchez parece estar luchando contra todas las buenas ideas que tuvo en El proyecto Blair Witch.