Los monstruos prefieren estar solos
Dos leyendas populares norteamericanas se funden en una sola en esta nueva película de Eduardo Sánchez, quien aún no ha podido hacer nada parecido a su obra maestra inicial, El proyecto de la bruja Blair.
La primera de las leyendas es un tópico del cine de terror: un grupo de amigos que va a pasar un fin de semana en una cabaña perdida en medio del bosque. La segunda involucra a Pie Grande, esa antropoide peludo y gigantesco que siempre aparece borroso en las fotos que figuran en Internet.
Sánchez se las arregla para darle una mínima vuelta de tuerca a esta doble fábula y consigue no sólo una decente película de terror sino también presentar, de manera bastante creíble, algo así como una ética de las relaciones entre los hombres y esa criatura de especie indefinida, entre homo sapiens y simio.
Podría decirse, incluso, que Terror en el bosque es una variante de El planeta de los simios, menos ambiciosa desde el punto de vista cinematográfico y político, pero más comprometida en términos del sentido de los actos individuales.
Por supuesto, todas estas reflexiones surgen después de una hora y media de tensión continua, en el momento en que la pantalla se pone negra y en letras rojas aparece la palabra "Exists" (existe). Se trata del título original en inglés, mucho mejor que el español, sólo explicable por ese dogma publicitario subnormal que indica que toda película de terror debe declararse de terror en su mismo título.
La larga sombra de El proyecto de la bruja Blair se proyecta también en Terror en el bosque y es visible en la decisión de que uno de los personajes sea un fanático de las cámaras y esté grabando todo el tiempo con la idea de subir los videos a YouTube.
Demasiado elemental o demasiado sutil, Sánchez parece sugerir que del otro lado del tabú de mirar lo que no debe ser mirado (una parte sustancial de la leyenda de Pie Grande es su aversión a cualquier tipo de contacto con los humanos) hay una posibilidad de entendimiento y de conciliación con los monstruos.