La vuelta de Pie Grande
En la ficha técnica informativa está su nombre, el de uno de los responsables de tanto terror de los últimos años estilo found footage o material encontrado por todas partes. Él es el cubano de Miami Eduardo Sánchez, quien por 1999 la hizo muy bien con su amigo y también treintañero Daniel Myrick, ya que ambos perpetraron The Blair Witch Project, invirtieron poco, se llenaron de dólares y colocaron el primer ladrillo del terror berreta con jóvenes asustados que se filman hasta un segundo antes de morir entre actividades paranormales, sótanos y escaleras intimidatorias y bosques interminables que permiten el uso y abuso de la cámara en mano. Sin embargo, esa cámara sigue encendida hasta hoy.
Terror en el bosque, 15 años más tarde de aquella bruja fuera de foco, vuelve a prenderla con las pocas novedades que podría arrimar sobre el tema. Más aun, el nuevo monstruo geográfico es una especie de Pie Grande dedicado a sembrar pavor en dos parejas de adolescentes con ganas de pasarla bien, lejos de la ciudad, cerca del porro y a años luz de que se les ocurra decir algo interesante o por lo menos, actuar de manera decorosa. Si las sorpresas no aparecen por esos flancos, debe reconocerse en Sánchez, acaso porque se trate del creador de esta tendencia genérica, cierto afán por el escamoteo visual y algunas sutiles gambetas narrativas en lugar de la exhibición gratuita y del plano detalle que salpica el lente de la cámara. El monstruito de ocasión, como aquel baboso Alien de Ridley Scott es mostrado de a poco, primero a través el uso del espacio off y luego por medio de la utilización de la luz con objetivos dramáticos. Sólo por eso, la película se salva del previsible aplazo.