¿Alguien quiere jugar en el bosque?
Del director de “Proyecto Blair Witch”, otro filme de género para dar saltos en la butaca.
La idea de un grupo de jóvenes entre traviesos e irresponsables, que escapa del mundo civilizado a las entrañas de un terreno inhóspito, donde los peligros no sólo acechan sino que se vuelven carne y sangre no es nueva en el cine. Tampoco para el director Eduardo Sánchez que con su película Proyecto Blair Witch inauguró un subgénero dentro del cine de terror.
Desde 1999, cuando la estrenó, numerosos realizadores imitaron su estilo de narración, cámara en mano, como si los sucesos en pantalla no fueran ficción sino parte de un reality.
Por eso es justo que su autor vuelva a incursionar en su propia creación, colocando a un grupo de amigos que pretenden hacer una fiesta sexual en una cabaña abandonada, en medio de un bosque, allí adonde se los puede declarar "oficialmente fuera del territorio de GPS" y donde, nadie, absolutamente nadie sabe que están.
La herramienta de registro de situaciones -primero de buen voltaje sexual, luego de un nivel de suspenso escalofriante- es el celular, y como sucedió con los protagonistas de hace 16 años a esta parte, la amenaza viene de una ser de leyenda popular, con sus aditamentos de signos y supuestos avistajes.
Conocedor del paño, Sánchez hace de esta película una cinta que cumple con los requisitos básicos para hacer que el espectador salte de la butaca.
A diferencia de aquella idea del uso de cámara en mano que marcó un hito en el cine moderno, en Terror en el bosque el director no toma demasiados riesgos.