Algunos malentendidos
Leer Bazin, Deleuze y El cine según Hitchcock no está mal, pero a veces la verdad se esconde en otra parte, como en la genial Ted, cuando el personaje de Mark Wahlberg dice, mientras mira Flash Gordon junto al oso de peluche, una frase fundamental para quienes pretendemos hablar de cine: “es tan mala que es buena”. Esta frase describe perfectamente el encanto de algunas dudosas producciones que rebosan de tal cantidad de ideas y demencia que se le puede perdonar sus guiones imposibles o la precaria puesta en escena. Roger Corman es un ejemplo de esto, también la serie sesentosa de Batman y, de hecho, a modo de ilustración definitiva del concepto, podemos decir que una película realmente mala es Batman eternamente, pero una película que es tan mala que es buena es Batman y Robin. Se esperaría por contexto que Terror en el bosque fuera una película un tanto demente, pero carece de las ideas y la garra fundamental. Al parecer, hacer una película que es tan mala que es buena es más un hecho fortuito que un efecto buscado: por algo las películas que deliberadamente buscan tal efecto generalmente fracasan al menos en ese aspecto (ver Rubber, la canchereada de Tarantino en Grindhouse o esas producciones del canal SyFy como Sharknado).
El director Eduardo Sánchez retoma en Terror en el bosque el estilo de metraje encontrado o cámara en mano que le trajo tanto éxito y le abrió las puertas de su carrera con El proyecto Blair Witch. Sucede que a diferencia de aquella mítica aunque sobrevalorada película, en Terror en el bosque el realismo generado por simular las particularidades de la grabación casera agrega más confusión a la narración de un guión bastante perezoso. Entiendo que todos queremos ser Spielberg en Tiburón o Ridley Scott en Alien pero, querido director, deje quieta la cámara porque no entiendo la forma del monstruo siquiera. Eduardo Sánchez es un malentendido, y El proyecto Blair Witch, en tanto se la siga juzgando como un éxito de gran efecto e influencia, seguirá siendo un malentendido. Es una pequeña película de unos chicos entusiastas con algunos momentos bien logrados, nada más.
Hay un montón de gente dispuesta a creer en un montón de pelotudeces: Pie grande, la Atlántida, la integración Latinoamericana, etcétera. Gracias a la grabación esa de los setenta y a Pie Grande y los Henderson hemos creído, no sólo que Pie grande -o el Sasquatch- existía sino que era un tipo tímido y amable. Bueno no, gracias a Terror en el bosque descubrimos que es una máquina asesina capaz de una crueldad infinita y único elemento capaz de aportarle algo de ritmo a una historia excesivamente previsible. La ira excesiva del monstruo es quizás lo que nos salva del tedio en Terror en el bosque: falta autoconciencia, falta oficio, algo que Eduardo Sánchez debió haber aprendido mientras contaba el dinero generado por una película que filmó hace 15 años.