Los cruces entre el rock y el terror han sido más que fructíferos. Quizás el mejor ejemplo sea la audacia de Rob Zombie en la dirección de la sangrienta La casa de los mil cuerpos (2003) y la incursión en la franquicia Halloween con el pulso del heavy metal. Al líder de White Zombie siempre le interesó el terror, pensar el género, expandirlo hacia un territorio propio en el que la música sea parte de la creación. En cambio, en Terror en el Estudio 666, la apuesta es más modesta y atada a un ejercicio lúdico. David Grohl y la banda Foo Fighters cede un poco a la vanidad y hace una excursión a una casa embrujada ubicada en la soleada Encino para recuperar su inspiración y sacar su décimo álbum con verdadero espíritu rockero. Grohl deja la cámara en manos del director de videoclips BJ McDonell que sigue a la banda y sus aventuras en clave gore con el pulso y la celebración de un verdadero groupie.
A decir verdad la película funciona menos en el terreno del terror que en el de la parodia de rockeros que deciden burlarse de sus propios egos y mañas con algo de sangre y magia negra. La historia asimila con orgullo los lugares comunes del horror y los tópicos de las narrativas de músicos: sumergidos en un bloqueo creativo y con la presión de la discográfica para entregar un nuevo disco, los Foo Fighters se recluyen en una casona en el bosque para encontrar inspiración, como Led Zepelin lo hiciera en su épica estadía en el castillo de Clearwell para componer “In Through the Out Door”. En un breve prólogo nos enteramos que en las tierras de Encino ocurrió una tragedia a comienzos de los años 90: otra banda dejó un proyecto inconcluso porque el líder masacró a todos sus músicos. Entre ecos de Nirvana, burlas a Coldplay y cameos de Lionel Richie, Grohl intenta hallar la inspiración en los sótanos teñidos de sangre del rock californiano.
Nunca los Foo Fighters se toman demasiado en serio, y por momentos todo parece un viaje de egresados escalonado con brutales escenas de gore y chistes de club de barrio. Los recursos del terror están siempre supeditados al efecto cómico, no solo las muertes concebidas con instrumentos o los plomos electrocutados, sino que la idea subterránea es siempre la del chiste interno, esa complicidad entre quienes se conocen y dejan una ventana abierta para el disfrute del fanático. Filmada en plena pandemia, la construcción narrativa es algo previsible y las actuaciones amateurs, pero el encanto radica en ese ruego desesperado que anima a la banda para resucitar los mitos del rock aunque sea a través de la reencarnación demoníaca.
El propio Grohl exprime la efervescencia de su carisma, con una jactancia algo cascoteada por la conciencia del tiempo presente. Sus interacciones con Rami Jaffee y Pat Smear resultan ocurrentes; las breves apariciones de John Carpenter y la naciente Scream Queen Jenna Ortega, un guiño a la crudeza y autoconsciencia del slasher; y el resultado final, una experiencia gratificante para los protagonistas y los fans que nunca pretende quedar en la historia del cine.