MUCHO EGO, POCAS IDEAS
Con artistas como los Foo Fighters (y en particular Dave Grohl, el líder de la banda), puede darse el siguiente problema: la noción por anticipado de que cualquier cosa que hagan va a ser, inevitablemente, interesante y digna de ser tenida en cuenta. De ahí que el público tienda a festejar cualquier cosa y que la crítica quiera encontrar complejidad donde solo hay superficialidad. Es lo que sucede con Terror en el Estudio 666, una película entre autocelebratoria y hasta caprichosa, que tiene apenas un par de ideas atractivas y que sin embargo mucho intentan valorar de una forma que no merece.
En el film de BJ McDonnell, los integrantes de Foo Fighters tienen que grabar de una vez por todas su esperado décimo álbum. En busca de inspiración, aceptan la propuesta de su mánager de mudarse a una mansión en Encino, sobre la que pesa una de las más siniestras historias del rock. En cuanto arriban, Grohl deberá lidiar con fuerzas sobrenaturales y demoníacas que amenazarán su estado mental, el proceso de grabación y la vida de todos los integrantes, mientras se van acumulando eventos donde se combinan lo terrorífico con lo cómico.
Si la estructura de producción de Terror en el Estudio 666 es pequeña y concentrada (casi toda la película transcurre en esa mansión poseída), también lo es su imaginario, con una mitología limitada y situaciones donde prevalecen lugares comunes. Hay un intento no solo de parodiar diversos elementos del cine de terror, sino también de las poses y gestos artísticos del rock, además de proponer una mirada hacia las tensiones internas que vienen con la popularidad y los egos en colisión. Y eso no está mal, pero el problema no es solo que ya se ha hecho eso, sino que se ha hecho con mucha más energía y creatividad. En cambio, aquí el planteo se agota rápidamente, en un relato que pasa demasiados minutos girando en el vacío.
Se podrá decir que en Terror en el Estudio 666 hay algunos chistes que funciona y que el giro del final -luego de una sanguinolenta acumulación de cadáveres- no deja de tener cierto riesgo a partir de las inquietantes posibilidades que introduce en el acto creativo. Pero no hay mucho más que eso y hay que esforzarse un montón -demasiado en realidad- para pasar por alto que la puesta en escena es ciertamente perezosa, que los Foo Fighters están lejos de ser buenos actores (y ni siquiera se juega con eso desde la autoconsciencia) y que la pretendida reflexión sobre los egos en la música no deja de ser bastante ególatra. En Terror en el Estudio 666 desfilan varios nombres relevantes en distintos cameos (Will Forte, John Carpenter, Lionel Richie, Jenna Ortega) pero no deja de ser una comedia de horror con poco humor y nulo terror, cuya mediocridad solo es celebrada porque tiene a los Foo Fighters al frente.