Pretérita y tímida promesa del cine estadounidense de los ’90, Dominic Sena (Kalifornia, Swordfish) dirige este bodrio ligeramente inspirado en una novela gráfica en el que una detective (Kate Beckinsale), a punto de dejar una base en la Antártida, lugar en donde los crímenes no son la regla, debe investigar tres asesinatos consecutivos ligados a un cargamento secreto, posiblemente material nuclear, extraviado hace décadas en la nada polar después que un avión ruso se estrelló en la región. Después de un elegante plano secuencia inicial en el que Beckinsale ingresa a su cuarto y se da una ducha, Terror en la Antártida se transforma en una película mecánica, desprovista de suspenso y perezosa en capturar el papel protagónico de un paisaje indicado para la opresión y la paranoia. Los flashbacks que intentan explicar la psicología del personaje de Beckinsale no sólo son narrativamente irrelevantes, sino que evidencian un desgano absoluto por parte del director a la hora de pensar la puesta en escena.