Lo único verdaderamente destacable de Terror en lo Profundo se reduce a las criaturas neumáticas de Walt Conti, sensacional artesano que ya hizo de las suyas en Alerta en lo Profundo, Anaconda y La Tormenta Perfecta.
Podemos cometer un exceso al afirmar que el trabajo de Conti es de lo mejor que se ha visto en cuanto a monstruos acuáticos desde que Bob Mattey diseñó -junto a Joe Alves- al dientudo protagonista de Tiburón (¡1975!, invicta e indestructible), pero en verdad consideramos que los tiburones generados por computadora son horribles: Nos aburren y además lucen muertos como los ojos de la muñequita china que hacía subir la temperatura del Capitán Quint durante su fiebre USS. Indianápolis.
El film que nos compete no nos produce fiebre. De hecho no nos produce un carajo, pues carece incluso del carácter descerebrado de Piraña 3-D, lo que a esta altura ya es un problema más grande que los tiburones multinorma (martillos, toros, cazones, cigarros, blancos) que de un día para el otro empiezan a poblar los ríos mediterráneos de América del Norte por obra y gracia de tres rednecks de oscuras intenciones y flojos tornillos.
En el centro de la zona de operaciones de este sospechoso trío piscicultor se halla una isla palaciega, propiedad de una chica que estudia en la versión gringa de la Universidad de San Andrés. La chica en cuestión invita a sus amigarchis a pasar un fin de semana de locura en la isla y a los 10 minutos de arribados al lupanar, uno de los integrantes de la comitiva sufre el revés de su vida: Se hace el banana surfeando y un tiburón enorme -como las tetas de la actriz secundaria- le wachiturrea el brazo de un mordisco, desatando en el grupo de amigarchis una carrera contra la nada que derivará en groseros errores espaciotemporales que hicieron enojar incluso a este cronista, generalmente dócil aunque acérrimo defensor del cine reventado.
El recurso del 3-D se reduce a un par de explosiones chotas con restos de hierro volando hacia nuestras cabezas y poco más. Los actores hacen lo que pueden, y uno de ellos destaca del resto por que sufre un "rapto maorí" y se mete en el agua decidido a matar tiburones con una lanza.
Aún en contra de nuestros principios, consideramos que quizá sea mejor bajar este film de Internet para “disfrutarlo” en casa. Hoy por hoy pagar 46 pesos por otra floja película de tiburones ya no es negocio, ni siquiera en tres dimensiones.