Lo que Terror en lo profundo viene a postular, a los tumbos y de manera un poco torpe, es la imposibilidad de filmar una película como Tiburón. Que no se lea esta nota como una añoranza fácil de la materialidad y la inteligencia cinematográfica del film de Spielberg: está bien que Tiburón no tenga un lugar en el cine actual porque es una película hecha y atravesada por otra época. El problema es que Terror en lo profundo no intenta romper con el peso de ese antecedente e inaugurar un nuevo paradigma de horror subacuático; la película, más que proponer algo nuevo, lo que hace es constatar su propia impotencia. Con una prolijidad visual muy notoria como para pasar a engrosar la categoría de lo bizarro (que premia la falta de pericia y el error técnico), el film de David Ellis es una suerte de cruza entre clase B y mainstream que se justifica, más que nada, por el uso del 3D, esa amalgama tecnológica que cada vez más se encarga de desdibujar fronteras entre las producciones pobres por un lado y de segunda línea por otro. La película habría podido ser lanzada directo a video pero se estrena en salas de todo el mundo gracias al plus del 3D.
Decíamos que Terror en lo profundo viene a confirmar algo: aunque pueda resultar obvio para mucho público, ya no es posible hacer Tiburón, y no deja de ser llamativo que un cineasta se atreva a afirmarlo en su película. Fuera del peso de lo material que caracterizaba a aquella y del uso y abuso de lo digital que la distancia de Terror…, una diferencia fundamental es que ahora es posible explicar el origen del Mal: si el tiburón de Spielberg era un asesino terrible e insaciable que no admitía interpretaciones de ninguna clase, los múltiples tiburones de Ellis, aunque letales, son colocados en un lago por los villanos con la intención de filmar videos de sus víctimas y después venderlos a un alto precio. Entonces, bien a tono con cierta sensibilidad ecológica de época, el verdadero responsable de la carnicería ya no es una máquina de matar animal, perfeccionada con siglos de evolución natural, sino unos malvados que, además de codiciosos, aprovechan la ocasión para despuntar su sadismo y ajustar viejas cuentas.
Por otra parte, de lo que habla Terror… es de una nueva frontera audiovisual, la conquista humana de una imagen hasta ahora inaccesible. Los villanos de turno colocan cámaras dentro de las trampas acuáticas donde sumerjen a sus víctimas o las adosan a los tiburones e intentan captar el horror de una persona siendo devorada viva. Si mucho cine de terror reciente se interesa en cómo se procesan las imágenes dentro de sus mundos de ficción (Diario de los muertos, La llamada, El juego del miedo, etc.), la película de Ellis suma otro horizonte visual con sus planos bajo el agua temblorosos y confusos inundados de sangre y gritos.
El gran problema es que, descontando esos señalamientos, Terror en lo profundo luce demasiado prolija y correcta como para representar cabalmente el género. La batalla silenciosa que se libra entre un grupo de adolescentes universitarios pudientes y unos marginales que trabajan en un pequeño pueblo junto a un lago, no alcanza a imprimirle carnadura a los personajes, salvo quizás por los de Sarah o Gordon que cada tanto demuestran alguna tridimensionalidad narrativa. En líneas generales, los protagonistas se quedan a mitad de camino: muy rutinarios para ser interesantes, muy delicados para ser verdaderas criaturas de la clase B. Esto, sumado a la incapacidad de Ellis para aprovechar el 3D y los efectos digitales (no hay abuso pero tampoco inteligencia en su utilización), la explicación de la aparición y comportamiento de los tiburones en detrimento de la ambigüedad que caracteriza a otras películas similares, y la importancia que se le otorga a las imágenes de muerte filmadas al interior del relato (un gesto de autoconsciencia que resta todavía más nervio), hacen de Terror en lo profundo un producto frío, apático, conocedor de sus limitaciones pero incapaz de encontrar una respuesta original a sus problemas.