Un grupo de estudiantes universitarios norteamericanos viaja a Louisiana para disfrutar de un fin de semana en la mansión que se levanta en una isla solitaria y navegar en un lago que —aunque ellos lo ignoren— está plagado de tiburones asesinos. Desde su extensa presentación, la película revela todos los posibles misterios a descubrir: enormes escualos se comerán todo ser vivo que se meta en el agua. Además de los jóvenes hermosos y saludables, en la zona hay un trío de personajes profundamente resentidos y oscuros, que agudizan las malas condiciones del lugar. Sin sutilezas y apelando a casi todos los recursos conocidos para este tipo de filmes de segundo orden remarcados con torpeza, el director recorre un camino que debió resultar vertiginoso pero que, de tan previsible, resulta soporífero.