Tiburón de agua dulce
Un grupo de amigos se topa con tiburones en sus vacaciones. Y pasa lo inevitable...
Lo sabe hasta una mojarrita: Spielberg hizo la Gioconda de las películas con tiburones. Un perfecto cine-relojito suizo cuyas piezas definen, cuando alteradas, hurtadas o producidas en masa, los límites de lo que puede hacerse con un bicho que anda masticando gente. Al ratito del estreno de Tiburón , apareció Piraña , de Joe Dante. El director estableció el otro extremo del asunto: la autoconciencia como motor (con aspas de clase B) para la carnicería juguetona. No por nada la recientemente estrenada remake de Piraña era, en sus excesos masticajovencitos en cueros, una hipérbole del modelo Dante. Ahora llega Terror en lo profundo 3D , una especie de versión light del modelo Dante dirigida por David R. Ellis, un director de cultito (tampoco exageremos) con pedigrí clase B.
La base para la evisceración está: una pandilla masticable de universitarios símil Barbie y Ken en sus pectorales y curvas decide escaparse un fin de semana a una islita en la sureña Lousiana. Parejitas, histeriqueos, estereotipos bravuconeándose entre sí (los sureños vs. los modelos de ropa interior) hasta que de la nada, y alterando la fauna acuática del lugar, comienzan a aparecer tiburones digitales varios. Obviamente, la pandilla de jovencitos se convertirá, de a uno, en el menú del día de los escualos. Lo que el historial de Ellis, que incluye la mejor película de la saga Destino Final y la demencial Celular , no permite sospechar es el pecado capital en el que cae Terror en lo profundo 3D : su pacatería.
El filme se convierte en un raro mutante. Todos sus elementos (actores que merecen ser carnada, voluptuosidades prestas para ser exhibidas, un ejército inverosímil de tiburones) piden a gritos exageración, masacres al borde de la parodia, un ánimo más de travesura. Pero Ellis crea un híbrido, un tiburón de agua dulce: posee todos los chiches de una clase B anabolizada, pero prefiere, la mayoría del tiempo, quedarse con la tensión antes que con las tripas.
Es decir, prefiere bajarle el peso a lo guarango (ni una sola teta, y un solo feliz instante de furia visual: un tiburón que salta fuera del agua para engullirse de un zampazo al conductor de un Jet Ski) y jugar casi todas su fichas y recursos al suspenso de ver unas piernitas flotando que no saben que las miran con apetito.
Terror en lo profundo (que se exhibe solamente en versión 3D) tiene sus instantes bombásticos, donde la misma locura de la trama se impone y crea salvajismos dignos de verse en la pantalla grande. Pero en la pelea entre delirio y seriedad, Ellis pierde por sus torpes ganas de jugar a ser Spielberg.