Horror del mal tipo
Terror en Silent Hill: La Revelación (3D) (Silent Hill: Revelation 3D, 2012) adapta al cine el tercer videojuego de la serie ‘Silent Hill’, y sirve de secuela directa a Terror en Silent Hill (Silent Hill, 2006). La primera película ya era confusa por sí sola, planteando un misterio que no podía explicar ni aunque derrochara todas las escenas que la componían para ese propósito. La secuela no solo copia el mismo modelo, sino que se hunde bajo la inescrutable mitología de su antecesora.
Sharon, la niña maldita de la primera película, es ahora adolescente. Ella y su padre viven mudándose de ciudad en ciudad, huyendo de fuerzas misteriosas, adoptando alias tras alias. En sus sueños ve ese pueblo – Silent Hill. Sufre visiones espantosas que interrumpen su vida con la indulgencia de números musicales: a la merced del guionista, en otras palabras. Pronto se verá forzada a regresar al pueblo fantasma a lidiar con la epónima “revelación”.
Nótese cuan alegremente las secuelas suelen recurrir a palabras como revelación, revolución y retribución sin dejar del todo claro qué se está revelando, cuál es la revolución o contra qué se retribuye. Terror en Silent Hill: La Revelación (3D) soslaya estos tecnicismos al dejar bien en claro cuál es la gran revelación (en 3D). Es la misma que se hizo en la primera película: quién es Sharon. El gran misterio de la película fue revelado hace siete años durante el clímax de la primera. La secuela no tiene razón de ser alguna excepto volver a revelar lo mismo. En 3D. Esto lleva a una pequeña paradoja: para comprender la segunda película, hay que ver la primera; pero viendo la primera, se arruina La Revelación de la segunda.
Terror en Silent Hill: La Revelación (3D) redobla la apuesta sobre una trama incoherente y el mediocre arte de querer explicar todo sin aclarar nada. El subtítulo “revelación” es más que engañoso, es pura mentira. Y lo que es peor en una película de horror, no provoca temor alguno. Comienza con una secuencia colmada de fragor infernal en la que Sharon huye de monstruos al son de heavy metal, se refugia en una calesita demoníaca y un anillo de fuego les rodea, incinerándolos a todos. Luego de un grotesco tan espectacular la película no tiene a dónde ir, y sus débiles intentos de intriga, suspenso y terror no llegan muy lejos. Los monstruos poseen un diseño bello y terrible, engendros sin vida, casi mecánicos, sus cuerpos deformes y sexuales a la vez, pero se desperdician bajo la pésima dirección de Michael J. Bassett, que les exhibe demasiadas veces demasiado pronto. ¿Cuántas veces puede un monstruo atacar al camarógrafo antes de que se torne gracioso?
Uno tiene que atribuir el fracaso al guionista/director. Por querer expandir una mitología confusa y por querer continuar una historia aún más confusa. Por no saber que en la pantalla grande los videojuegos rinden buenas premisas pero malas historias. Por no saber tomar un concepto interesante y deshacerse del relleno. Por hacer precisamente lo contrario. Por no tener nada particularmente interesante para revelar.