En el país de las pesadillas
Una manera expeditiva de definir Terror en Silent Hill 2 es calificarla como una versión siniestra de Alicia en el País de las Maravillas. Pero en este caso Alicia está a punto de cumplir 18 años y no confunde la realidad con los sueños sino con las pesadillas.
Claro que el guión no se sostiene sobre la base de una clásica novela decimonónica sino en un videojuego que ya había sufrido un intento de adaptación a la fuerza, hace unos años, y que ahora parece haber consentido voluntariamente en transformarse en película.
Si se tiene en cuenta que parte del elenco se repite y que hay varias alusiones al argumento de la anterior, se trata oficialmente de una continuación. Sin embargo, las diferencias estéticas son notables y no sólo porque esta última venga en formato 3D.
Sin traicionar la linealidad episódica del videojuego (cuya lógica es avanzar de nivel en nivel), Terror en Silent Hill 2 consigue traducir un universo virtual arbitrario en un mundo inquietante donde la realidad no es única sino múltiple.
Lo conflictivo es que en vez de convivir pacíficamente en dimensiones paralelas como en un modelo matemático, esas realidades se tocan entre sí y se invaden unas a otras. Nadie lo sabe mejor que Heather, quien es convocada desde uno de esos mundos a través de pesadillas y alucinaciones.
Ella y su padre deben mudarse constantemente y cambiar de identidad para sobrevivir, pero llega en un momento en que Heather vuelve a Silent Hill forzada por las circunstancias.
Lo mejor y lo peor de la película se concentra en esa ciudad que tiene la forma de un infierno cabalístico (hay símbolos y alusiones a Metatrón, el arcángel mediador entre Dios y el hombre de esa doctrina). Allí las imágenes se imponen en toda su potencia de extrañamiento: combinan una atmósfera posnuclear con una escenografía de feria de atrocidades y una colección de criaturas que parecen extraídas de un museo surrealista.
Algunas escenas van a quedar en las retinas de los amantes del género. Por ejemplo: un ballet asesino de enfermeras sin rostro que se pone en marcha cuando detecta un movimiento. Ese y varios otros momentos compensan algunos diálogos demasiado explicativos y la insalvable dificultad de volver tangibles emociones reales en un universo fantástico.