Horripilancias que conformarán a fans
Basada en un videogame, la franquicia de «Silent Hill» ya dio un film no muy recordado que contaba con el talento del colaborador de Tarantino, Roger Avary. Esta nueva parte de la saga también tiene un director y guionista talentoso, Michael J. Bassett, quien demostró su gusto por las imágenes sobrenaturales fuertecitas en «Solomon Kane cazador de demonios», pero que aquí está muy limitado por un argumento que irónicamente no debería tener límite alguno, ya que permite que los personajes entren y salgan de mundos paralelos donde suceden cosas espantosas. Teniendo tantas posibilidades de crear mundos fantásticos, la película repite demasiado las mismas cosas y, por ejemplo, el sólido prólogo con una pesadilla en un terrorífico parque de diversiones, claramente va a terminar siendo también el desenlace, algo que es obvio para cualquiera que haya visto dos o tres películas de horror.
Déja vu
Sobre todo la primera parte del film sigue carriles demasiado conocidos con una adolescente y su padre huyendo paranoicos de un hecho del pasado, algo hermético tanto para el espectador como para la protagonista, que sueña todo el tiempo con esas visiones infernales. Pronto al padre lo secuestran y ella, que no puede acudir a la policía, termina haciendo lo que el padre le prohibió y sus captores exigen con letras escritas en sangre en la pared de su casa: ir a Silent Hill.
Ahí hay una secta que convoca cosas horribles, y una vez en su dominio el director puede armar unas escenas que realmente ponen la piel de gallina con imágenes más que fuertecitas, y que en algunos casos también aprovechan el 3D, de modo que no se limite solamente a los alegres chorros de sangre a cámara (de esos hay varios y ningún fan del gore se va a quejar por eso).
Al final, los momentos más horripilantes redimen las carencias del guión, y se aprecian especialmente las breves pero más que intensas actuaciones de figuras de culto como el mismísimo Malcolm McDowell.