Pesadilla de ketchup
Terror en Silent Hill es la secuela de Silent Hill (2006), adaptación de un videogame que, según quienes lo juegan, es fabuloso. De ser cierto, la película demuestra que el cine y los jueguitos tienen poco en común, o que en la transferencia (traduttore, traditore) se pierden cosas, y mucho más en una secuela. En el comienzo, Heather (Adelaide Clemens) tiene pesadillas, sueña con hombres de cara cosida y un pueblo cubierto de cenizas, llamado Silent Hill. En ese infierno virtual está atrapada su madre, luego su padre; son cebos, es el siniestro plan de un culto que quiere atraparla para efectuar un ritual. Heather va a Silent Hill porque es temeraria, igual que el director y guionista, capaz de diálogos como este: “Encontré una campera con su sangre”, dice un policía y su compañero responde: “Llevémosla a los forenses, a ver de quién es la sangre”. Y eso no es todo. Lo peor es ver a actores como Malcolm McDowell, Carrie-Ann Moss o Martin Donovan (ex actor fetiche de Hal Hartley) en roles insignificantes, hundiéndose en Silent Hill junto a Heather, a cambio de un cheque para llegar a fin de mes.