La adaptación de Christophe Gans de Silent Hill tiene sus imperfecciones, pero al menos es considerada, hasta el momento, como una de las adaptaciones más fieles en lo que a videojuegos respecta. El modesto suceso del film, sin embargo, se ve opacado completamente seis largos años después con la inepta y ofensiva masacre que Michael J. Bassett ofrece en Silent Hill: Revelation, una secuela sin pies ni cabeza que arremete sin piedad contra la historia del tercer videojuego, lo que deja a los fanáticos perplejos y al resto de la audiencia sin saber para donde correr en busca de cobijo.
Durante una angustiosa y aborrecible duración de noventa minutos, el director inglés se gana rápidamente el odio de prácticamente todos al adaptar esta historia, una que continúa las ramificaciones del primer juego -y por ende primera película- de una manera simplista y casi criminal, en donde los constantes guiños a los gamers terminan por ofender a raíz de su mala utilización. Los intentos por ingresar nuevos detalles a la mitología se ven obsoletos y cualquier arrojo de inteligencia se opaca con unos valores de producción paupérrimos, que hace que todos los escenarios luzcan como el mismo, pero reutilizado una y otra vez. Al seguir de cerca una secuela tan esperada, ver cómo los diferentes actores que encarnaron a las contrapartidas del juego volvían a por más o al encontrar las fotos del set, todo indicaba que por fin el sueño de continuar la historia se vería plasmado en pantalla. Pero el sueño debe terminar, como dijo el villano en la primera parte, y así fue. La trama retoma unos años después del fin de la original, con un Christopher Da Silva y su hija ya adolescente en plena fuga del culto que pretende tener a la chica de vuelta en sus garras para sus religiosos planes de purificación mundial. Para atraer a la joven Heather nuevamente a Silent Hill, su padre -un Sean Bean de acento fuerte demasiado desarticulado para funcionar apropiadamente- es secuestrado y ella, con la ayuda inesperada del joven Vincent -horrible Kit Harington, al que le faltan varias clases de actuación encima-, debe regresar al pueblo tan temido para rescatar a su papá y liberarse finalmente de las terroríficas pesadillas que la acechan y no la dejan vivir una vida normal.
Y hasta ahí puede decirse que Silent Hill 2 es buena. Cuenta nuevamente con una atmosférica banda sonora, cortesía de Akira Yamaoka y Jeff Danna, alguna que otra escena decente -el enfrentamiento sobre la calesita es verdaderamente intimidante e interesante- pero todo se termina cuando el guión acartonado, firmado por el propio Bassett, mastica toda la información por el espectador, sin dejar que uno mismo arme sus propias conclusiones como sí pasaba en la primera parte. Los personajes secundarios actúan como cameos, con un desperdicio de la psicodélica Dahlia Gillespie de Debora Kara Unger, de la triste villana de Carrie Anne Moss o incluso Malcolm McDowell, cuya época de gloria ha pasado y lo ha dejado en la banquina. Sólo puede destacarse que Adelaide Clemens, cuyo parecido con Michelle Williams es impresionante, es la que mejor sale parada componiendo a la sensible pero aguerrida protagonista.
Nada más se puede decir de Silent Hill: Revelation excepto que es un clavo en el ataúd de una saga que podía llegar a convertirse en algo más potente que la de Resident Evil pero que luego de una decisión torpe tras otra culmina en un producto olvidable y tonto como el que nos precede. La humillación del fanático dentro mío es demasiado dolorosa por haber esperado tanto tiempo para esto.