Bazofia neogótica
El axioma reza que segundas partes nunca son buenas; las continuidades por lo general son mucho peores que las primeras películas, si no tomemos por caso Matrix para decir que todo está dicho.
Sin embargo, a esta altura a nadie le importa absolutamente nada cuando de dividendos se trate, por lo tanto subirse al tren de una franquicia originada por la mente afiebrada de un par de programadores que construyeron un video juego, que se ha vuelto popular en el ámbito de las consolas y que tuvo su aceptable versión cinematográfica en el 2006, comete el pecado de querer repetir ese buen inicio y lo hace de la peor manera: reduciendo a la mínima expresión cualquier atisbo de originalidad, creatividad a la hora de planificar una puesta en escena y colmando la paciencia del público no fanático del juego.
Esta suerte de mamarracho ciberpunk, Terror en Silent Hill 2, La Revelación (3D), que encima pretende explotar el peor 3d en el que cabezas y dedos mutilados saltan a cámara para que uno los esquive bajo el hueco pretexto de generar la idea de brindarle al espectador una proximidad a esa pesadilla digitalizada y barata, no se contenta con un vacío desde el punto de vista estético sino que además lo prolonga en el tratamiento narrativo con una trama por demás absurda a la que se le suman sobreactuaciones que realmente vuelven a esta experiencia una verdadera pesadilla pero en el peor de los sentidos.
El argumento es básico y se concentra en las peripecias de la protagonista Sharon adolescente (Adelaide Clemens), quien se muda junto a su padre (Sean Bean) a un nuevo pueblo al resguardo de La Orden, la cual pretende devolverla a Silent Hill, ese oscuro reino de la maldad donde la niña demoníaca Alessa ha convocado a todos los demonios para venganza de sus miserias cuando fuera entregada en calidad de sacrificio.
También aparecerá en escena un detective (Martin Donovan) y un muchachito enviado por la orden para llevarse a Sharon, aunque se termina enamorando y por ende pasa a ser traidor a la causa. El resto es un cúmulo de monstruos que se apila entre la torpeza de los guionistas, el desgano del director Michael J. Basset, los largos pasillos lúgubres, un parque de diversiones tétrico y freak y el enorme bostezo que genera este insalubre raid al que le falta talento, ideas y sobre todas las cosas actores. Fans le sobra.