Malas vibraciones
Aunque parezca una contradicción en términos, un thriller puede representar una cierta tranquilidad, con su territorio acotado, sus sobreentendidos, su horizonte de previsibilidad: un aire de lugar seguro y codificado. Pero un thriller, también, es una trampa para directores de cine. Tesis sobre un homicidio resulta ser una película desalmada, que arrastra en piloto automático los gestos distintivos del género como si fueran taras, señales solitarias destinadas a establecer una conexión a nivel epidérmico con el espectador pero que terminan exhibiendo el vacío de su propia construcción. La película se plantea como un juego mental, una serie de pasos de baile –pistas, suposiciones, sospechas, equívocos: el arsenal de los policiales cerebrales– que, salvo un puñado de planos de establecimiento rutinarios, tiene lugar casi siempre de puertas adentro y se sigue con el interés más bien discreto, de baja intensidad, que puede despertar la disposición rutinaria que el director hace de sus tópicos más reconocibles.
Tal vez sea la sospechosa novela que da origen a la película. Quizá el guión. El caso es que Tesis sobre un homicidio se mueve todo el tiempo en ese terreno pantanoso de las películas que solo nos importan según el grado de simpatía que tengamos por los vericuetos de lo que está escrito en el papel: ¿El que parece culpable lo será efectivamente? ¿El protagonista imagina cosas o éstas ocurren realmente? Y cosas así. Si nos falla eso, la película tiene muy poco para ofrecer. Ricardo Darín dice sus partes con un cancherismo que es su marca de fábrica, o sea, las dice muy bien. Darín no es solo un actor de gran solvencia, una garantía para los productores y una atracción masiva para el público sino un centro alrededor del cual parecen erigirse las películas que lo tienen como protagonista. Tesis sobre un homicidio no es la excepción al respecto, lo que no sería del todo malo si no fuera por lo esquemático y tosco que es su personaje. El plano espantoso con el que abre la película, con filtros y oscilaciones berretas, lo encuentra completamente borracho en medio de un revoltijo de papeles y cosas tiradas por todas partes. Ese plano se repite cerca del final, y el trámite de la película supone el paso del personaje, desde la seguridad y la confianza en sí mismo y en las propias fuerzas que tiene al comienzo, hacia el descalabro profesional y personal. Pero Tesis sobre un homicidio es lo menos parecido a un thriller que hay. Hay un asesinato, un asesino que se ve a los diez minutos y un montón de piruetas para mostrar cómo el protagonista cae envuelto en las maquinaciones de su enemigo y se vuelve ese estropicio que vemos en la primera escena. Lo que no hay es una emoción verdadera en ninguno de los planos de la película, ni tampoco una idea que sirva para convencernos de que el cine es algo más que una sucesión de ilustraciones de rigor para una emoción predigerida.