Crimen en el mundo judicial
Un thriller psicológico protagonizado por Ricardo Darín y ambientado en el mundillo judicial, con la investigación de un asesinato en el centro de la escena y una trama amorosa que lo rodea remitirá de forma inevitable a El secreto de sus ojos . Hay, por supuesto, diferencias sustanciales, pero está claro que el cine argentino busca aquí repetir (al menos en parte) el fenómeno de aquella exitosa y premiada película de Juan José Campanella.
Más allá de las inevitables comparaciones, esta transposición de la celebrada novela de Diego Paszkowski tiene su propio tono (bastante oscuro, por cierto), un punto de vista concentrado en el personaje de Darín y una virtuosa puesta en escena que remite en muchos aspectos al cine de Brian De Palma (y, por ende, al de su admirado Alfred Hitchcock).
Roberto Bermúdez (Darín) es un abogado cincuentón de extensa y reconocida trayectoria, aunque ya se ha alejado del ejercicio de la profesión para dedicarse a la docencia y a escribir libros. Cínico y solitario, este hombre divorciado, sin muchos escrúpulos y (demasiado) afecto al whisky, que vive obsesionado con el crimen perfecto, comienza a dar un seminario de posgrado en la Facultad de Derecho, al que asiste Gonzalo (Alberto Ammann), un joven recién regresado a la Argentina que es hijo de Felipe Ruiz Cordera (Arturo Puig), un juez y viejo amigo del protagonista.
El reencuentro entre dos personalidades soberbias y altaneras como las de Bermúdez y Gonzalo, amable al comienzo, se va tornando cada vez más tenso, sobre todo cuando una muchacha aparece brutalmente asesinada en el playón externo de la facultad y cuando entra en escena la joven y atractiva Laura (Calu Rivero), hermana de la víctima. El profesor empieza a convencerse de que Gonzalo podría ser el culpable y comenzará a investigar el caso como si se tratara de un desafío personal que le propone su alumno (hay algo de juego de gato y ratón y de cazador-cazado en la estructura).
Tras un planteo inicial bastante auspicioso, una vez que se conoce el conflicto (el crimen) y la intriga a resolver (quién puede ser el asesino), empiezan los problemas: por momentos a la película le cuesta avanzar, hay varias escenas que no alcanzan la tensión necesaria y no es fácil identificarse con el derrotero del protagonista (menos aún con los personajes secundarios que son observados desde la perspectiva de Bermúdez).
En sus mejores pasajes, Tesis sobre un homicidio recuerda a un buen capítulo de alguna serie estadounidense (no hay nada despectivo en esta afirmación, al contrario) o a un caso salido de la mente de Agatha Christie. En los peores momentos, cuando los bellos planos-secuencia de Goldfrid fotografiados por Rodrigo Pulpeiro o los punzantes diálogos del guionista Patricio Vega (quien ya había trabajado con el director en Música en espera ) no logran "rescatarla", la película queda anclada en escenas algo torpes, demasiadas subrayadas o -como la de Calu Rivero en el baño- que traicionan el riguroso punto de vista apuntado.
Darín está sobrio, sólido y creíble como siempre; el español Ammann (la revelación de Celda 211 ) también cumple con dignidad con su papel, mientras que una contenida Rivero no tiene demasiados momentos para su lucimiento personal. La película es prolija, cuidada, pero extraña la intensidad, la ambigüedad, los matices y las sorpresas de las grandes películas de suspenso. Es un producto digno, noble y poco más. El espectador decidirá si eso es suficiente o no