Creo que lo que no he visto es cierto
Luego de haber demostrado con Música en espera (2009) tener solvencia para manejar los resortes de la comedia romántica, Hernán Goldfrid entrega con su segundo film una historia oscura que gira en torno a una obsesión.
A esta altura, está plenamente demostrado que Ricardo Darín mantiene un affaire con el policial. No sólo por haber protagonizado El Secreto de sus Ojos (Juan José Campanella, 2009), exponente del género que se transformó en uno de los grandes éxitos del cine nacional. Su carrera también ostenta títulos como Nueve reinas (2000) y El aura (2005), las dos joyas de Fabián Bielinsky, o La señal (2007), película que el mismo actor co-dirigió junto a Martín Hodara. Si seguimos esta línea de análisis, Tesis sobre un homicidio (2012) es -dentro de su filmografía- un caso particular. Realizada con excelencia en los rubros técnicos, la película presenta algunas particularidades que la distancian del género. Al menos, en su variante más clásica. El personaje que aquí compone Darín es el investigador del caso, en parte la víctima y, tal vez, el impulso a una serie de acontecimientos turbios. Muy turbios.
Abogado retirado, “profesor-estrella” de la Facultad de Derecho, Roberto Bermúdez es esa clase de tipos que son capaces de promover con un único gesto la distancia y el fanatismo, sin medias tintas. Su inteligencia y su discurso, entre soberbio e ingenioso, le han servido para ganarse un lugar destacado en la vida académica. Que, por otra parte, transita sin deshacer su vertiente más hedonista. Por ejemplo; levantándose a un bella ex alumna con tan sólo una mirada cómplice. Hasta que un día… Gonzalo (Alberto Ammann), un joven argentino que prácticamente ha vivido toda su vida en España, llega a su clase. Vinculado a su pasado (Bermúdez fue, alguna vez, muy amigo de su padre), el muchacho le genera una suerte de desconfianza que se desata cuando, frente a la clase, en el estacionamiento, encuentran el cadáver de una joven. Y ni que hablar cuando ambos se involucren sentimentalmente con la hermana de la chica asesinada, introduciendo el elemento erótico en la trama sangrienta.
A partir del momento en el que encuentran el cuerpo la película adquiere una matriz expresionista. El punto de vista excluyente es el de Bermúdez, y la trama entonces se hace más mental, más metafísica. En suma; más paranoica. Y esa constricción le da al relato una identidad propia, al mismo tiempo que lo ubica en un camino un tanto displicente. Porque esa obsesión que la película asume como propia tiene aristas ambiguas. Ese “algo tiene” del alumno con cara bonachona termina convirtiéndose en un rasgo reiterado ad infinitum. A veces, “adición” no implica “progresión” en términos dramáticos. La tensión está tan explicitada que por momentos faltan matices, zonas más calmas que nivelen el drama que acontece y, en definitiva, lo hagan más efectivo.
Goldfrid demuestra que sabe conformar equipos. Queda claro con la exquisita fotografía casi publicitaria, o la transparencia que le otorga al film el empleo de planos secuencia. Menos efectiva es la banda sonora, que le impone a la película un desmesurado tono de gravedad que la imagen por sí misma ofrece. Ahora bien, también es evidente que hay algunas elecciones que ponen a Tesis sobre un homicidio al borde de lo arbitrario. ¿Es posible que la guardia que hace Bermúdez frente a la casa del alumno sea en un bar (no digamos una estación de servicio, por ejemplo) abierto toda la noche, y que justo en el momento en el que despierta se encuentre con el joven saliendo de su casa? ¿Es tan acertado que en una película tan oscura todo luzca como salido de una publicidad de cigarrillos importados? Cierto manierismo en la construcción de la puesta se funde con los diálogos, el otro problema del film. La altisonancia y algunos parlamentos en exceso literarios restan verosimilitud.
Pese a los defectos apuntados, Tesis sobre un homicidio es una interesante incursión en el territorio del policial. Un caso aislado dentro del género, tan aislado como lo está Bermúdez. La película de Goldfrid es proclive a ser pensada en clave alegórica; termina convirtiéndose en un relato sobre la percepción y el modo en el que nuestros miedos nos llevan hacia la autodestrucción.