Un policial argentino y de hierro
Ricardo Darín protagoniza este thriller psicológico dirigido por Hernán Goldfrid. Como un rompecabezas que se
va armando, la película se construye entre la línea de investigación de un crimen y la rivalidad de dos personajes.
Roberto Bermúdez (Ricardo Darín) está a cargo de un posgrado en la Facultad de Derecho. Una noche, mientras imparte una de sus legendarias clases aparece el cadáver de un chica en el estacionamiento de la universidad, justo debajo del aula donde se desarrolla el seminario. Las sospechas de Bermúdez, un desencantado abogado retirado, académico reconocido y bastante cínico, poco a poco se orientan hacia uno de sus alumnos, Gonzalo Ruiz Cordera (Alberto Ammann), el hijo de un viejo amigo, un brillante joven que vivió casi toda su vida en España y que inexplicablemente cruza el Atlántico para ser su alumno.
Como un rompecabezas que empieza a ser cuidadosamente armado, la película se construye pieza por pieza entre la investigación informal que lleva adelante Bermúdez centrada en la convicción de que el asesino es Ruiz Cordera –las pruebas están ahí: una moneda, un cortapapeles, una cadenita con una mariposa– y la rivalidad instantánea entre dos mentes brillantes.
Por supuesto, el thriller psicológico, pensado y repensado desde el guión (a cargo de Patricio Vega), incluye a una mujer, Laura Di Natale (Calu Rivero), hermana de la chica asesinada, probable próxima víctima y objeto del deseo de los dos abogados.
El director Hernán Goldfrid ya había probado su eficacia en Música en espera (2009), una muy atendible comedia romántica con Natalia Oreiro y Diego Peretti donde también trabajó en tándem con Vega, y aquí regresa al formato industrial, con un elenco impecable encabezado por Darín, que una vez más demuestra su oficio y solvencia en la piel de un personaje atormentado, lleno de matices, que oscila entre la evidencia irrefutable de las pruebas que va recolectando para culpar a su antagonista y la paranoia lisa y llana, que hace suponer, en buena parte del relato, que la culpabilidad de Ruiz Cordera está decidida de antemano en la mente del veterano maestro.
Con climas y situaciones que remiten directamente al cine de Alfred Hitchcock y sobre todo a Brian De Palma, tal vez lo único reprochable es que la película no deja demasiado espacio al espectador para que decida la línea a seguir, Goldfrid aplica a rajatabla el esquema de guión de hierro y como realizador toma la decisión de guiar emociones, especulaciones e hipótesis paralelas. De todas maneras el cuento funciona muy bien y confirma que los jóvenes realizadores también pueden hacer un cine industrial de calidad. «