Fallido artificio sobre los motivos de un crimen
Montada sobre la estela que dejó El secreto de sus ojos en cuanto a tema, actor –Ricardo Darín, hoy el intérprete que, por diversas razones, tiene más predicamento en los medios nacionales– y género; con la pretensión evidente de sentar precedente acerca de que el thriller es una materia a la que los realizadores argentinos saben volver atractiva al entramar férreamente aquellos hilos argumentales sobre los que se monta la intriga y el suspenso, Tesis sobre un homicidio, segundo opus de Hernán Goldfrid (Música en espera, 2009), queda atrapada en su especificidad dando vueltas sobre sí misma y acercándose peligrosamente a un callejón argumental sin salida.
Desde la primera escena –que luego irá a cerrar la anteúltima situación de la trama– se percibe claramente que los recursos formales y estéticos de los que se valdrá Goldfrid no consiguen tener ni por asomo la eficacia que en otras manos más sagaces servirían para que en la estructura de un thriller se engarcen las piezas fundamentales. Planos velados y difusos, superposiciones, travellings circulares, cargadísimos primeros planos de rostros y objetos tienden a la gratuidad saturando las escasas opciones con las que el relato podría cobrar dinamismo. Es decir, la abstracción estética no responde en Tesis sobre un homicidio a los fines principales de la representación, aquellos que ponen en evidencia o revelan la naturaleza interna en las que deberían converger sus aspiraciones más expresivas; reglas podría decirse, sobre las que los maestros del género afinan sus perspectivas para dotarlo de fuerza narrativa.
En este policial hay un abogado reconocido por sus dotes intelectuales como docente e investigador de oficio que se dedica a dictar exclusivos seminarios de posgrado y escribir su parecer en libros sobre el funcionamiento de la Justicia. Uno de los alumnos del seminario, también abogado, es el hijo de un colega que vive en España pero que de a poco se erigirá en el principal sospechoso del crimen disparador de la trama –el homicidio de una muchacha, con violación y saña incluidas– que ofrece el film. Entre ambos se establecerá un duelo sesgado y oculto sobre el tópico de la posibilidad del crimen perfecto; con el veterano abogado tratando de refutar esa hipótesis y con el joven alumno que a su modo, a través de un discurso vehemente y mordaz, sin vacilaciones, intenta desmitificar la idea de sentido equilibrado con que suele investirse la justicia.
A medida que crece en intensidad y desconfianza, la relación entre los protagonistas principales estará mediada por la hermana de la víctima, una joven que coqueteará con ambos y que finalmente será utilizada para poner en evidencia al supuesto criminal. Más allá de estos protagonistas –y es válido señalar esa distancia: más allá– hay una serie de personajes –un juez, un colega del abogado ahora en pareja con su ex mujer, una ex alumna y admiradora con la que el abogado se acuesta luego de la presentación de su libro, un comisario que suele ofrecerle los casos más envueltos en un misterio, la misma participación de uno de los espectáculos del grupo de acción teatral performática Fuerza Bruta–, absolutamente deslucidos en su tangente superficialidad, puestos como meros decorados que atentan directamente sobre la economía del relato. A Tesis sobre… también la deslucen férreas marcaciones, ungidas en el relieve del joven sospechoso de haber cometido el asesinato –Alberto Amman, un actor argentino que reside en España–, cargado de excesiva suficiencia; el de la hermana de la víctima, que sólo denota un mohíno sex-appeal; los mismos hallazgos de los personajes que cualquier espectador ya puede prever en la escena anterior -entre otros, el momento en que la hermana de la víctima descubre en la casa del investigador los mismos elementos usados para el crimen–.
Evidentemente, Goldfrid confundió los objetivos de algunos modelos narrativos –léase de Hitchcock en adelante–, el espíritu de sistema que deben tener en la aplicación de los principios de una intriga policial y psicológica. El didactismo sobre los íconos no tiene que ver tanto con la severidad en su utilización sino con volverlos atractivos desde su propia apariencia; con causar impresión y desesperación en el espectador –para hacerle posible algún grado de participación– y no sólo en los personajes; con lograr que la emoción pueda surgir de la interpretación del que está viendo el film sobre lo que éste despliega, sobre su lúdica simbólica.
En Tesis para un homicidio nada de esto es posible; han sido desplazadas hasta las alegorías y sólo quedan iluminadas las sombras de un relato engorroso, demorado, con poca conexión con la intensidad y con los movimientos de aquellos modelos que pudieron darle origen. Así el desequilibrio del relato (adaptado de una novela de Diego Paszkowski por Patricio Vega) sólo consigue abrazar un final deudor de subtramas artificiales, que sitúan a Tesis sobre un homicidio en una suerte de lotería emotiva que esparce móviles, acciones y finalidades en combinaciones livianas y sin carácter. Si se precia de su oficio, Darín debería extrañar su protagónico y el entramado de El Aura, del prematuramente desaparecido Fabián Bielinski.