Un sólido y atrapante rompecabezas policial
De la novela de Diego Paszkowski en que se basa esta película, dijo en su oportunidad Tomás Eloy Martínez: «Para quien conoce el oficio, se nota mucho trabajo y mucha exigencia interna. Lo bueno es que el lector no se va a dar cuenta». Parecido elogio merece la película: está muy bien elaborada, y todo fluye de tal forma que el espectador no advierte los esfuerzos de su construcción, ni se detiene a admirar cuán inteligentes son sus responsables. Es que está muy ocupado disfrutando la historia y elaborando sus propias tesis a lo largo de la proyección, mientras le surgen sucesivas preguntas respecto al homicidio del título: ¿quién?, ¿cómo?, ¿por qué?, ¿para qué?, ¿y cómo lo van a agarrar?, ¿y ahora qué va a pasar?
La intriga es contínua, con varios aportes que enriquecen psicológica y conceptualmente las situaciones planteadas por la novela. Ni qué hablar de la carnadura que le ponen los intérpretes. Darin hace un abogado que ya está de vuelta, medio escéptico hasta de sí mismo pero todavía idóneo para despabilar abogaditos en un seminario de posgrado, personaje muy distinto del oficial de justicia enamorado y ansioso de pelea de «El secreto de sus ojos», aunque alguno diga por ahí que se repite.
Alberto Ammann es el alumno brillante que, por familia, formación y talento, se siente por encima de todos y parece desafiar a su profesor con un juego perverso: él plantea la inoperancia de la Justicia cuando no pueden reunirse pruebas concluyentes contra un evidente criminal. Reluce la soberbia en sus ojos. Y el resto del elenco también brilla.
Hay un crimen gratuito a pocos metros del aula. Y hay una diferencia básica con la novela. En ésta vamos sabiendo alternadamente lo que hace y piensa cada uno. Ahora sólo seguimos al profesor, cada vez más desesperado mientras que el otro permanece burlón e inescrutable. Antes, y hacia el final, gira una moneda. ¿Se puede saber para qué lado caerá? No todo es azaroso, aunque el azar interviene más de una vez en las vidas, en los razonamientos, en la justicia. ¿Cuál de los dos rivales habrá de aprender esa lección?
Realizador, Hernán Goldfrid, que empezó haciendo una buena comedia romántica con pequeña veta policial, «Música en espera», y acá se afirma con un drama policial sin ninguna veta romántica. Guionista, Patricio Vega, cuya firma, por algo será, se encuentra en «Los simuladores», «Hermanos y detectives», «Un año para recordar», la citada «Música en espera» y también «Mi primera boda». También él empezó con comedias y se afirma en un drama de risa irónica. Dos tipos dignos de aprecio.
Postdata. Con la novela también hay otra diferencia, que no es básica pero sí esencial: la marca de whisky que consume el protagonista. Digamos que le da más calle.